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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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Mitología festivalera

Diego A. Manrique

Aleluya, ya estamos en temporada de grandes festivales. Este año, el ambiente previo parece especialmente animado, con el fragor de las rencillas entre eventos simultáneos: siempre son los otros festivales los responsables de hinchar los cachés de las figuras más codiciadas y subir las entradas. Posiblemente, este mercado de compradores explique que los carteles resultantes sean tan chocantes (por no decir gloriosamente marcianos, caso del Rock In Río). Y es que ver anunciado a Leonard Cohen en una jamboree de la muchachada indie hace reflexionar. No crean que estamos ante un fenómeno exclusivamente español. El más celebrado de los festivales veraniegos, el de Glastonbury, propone como cabecera de cartel a Jay-Z, gran capitán del hip-hop. Una decisión discutida: ya hay asistentes al tradicional baño-de-barro británico planificando una pitada. Les inspira una declaración belicosa de Noel Gallagher, cabecilla de Oasis, que rechaza a Jay-Z arguyendo que "Glastonbury significa música de guitarras".

Indigna que los 'raperos' se atribuyan la propiedad de la cultura urbana

No fue una frase afortunada. Noel tal vez iba demasiado ciego en sus últimas visitas a Glastonbury, pero el festival lleva años acogiendo grupos electrónicos, sin rastros de guitarras, y artistas de world music, alejados de los esquemas del rock. Posiblemente, el mayor de los Gallagher quería exteriorizar su rechazo al rap. Noel no reconocería nunca algo tan políticamente incorrecto, pero se atreve a proclamar que no quiere rap en su mundo, en su zona de influencia. Y menos si se trata de Jay-Z, que hasta hace poco fungía como alto ejecutivo de discográfica y que disfruta gozosamente de los beneficios de su éxito, incluyendo su publicitada relación con Beyoncé. ¿Un rapero demasiado aburguesado? Estamos ante una muestra de la asombrosa arrogancia de los rockeros, muy pronunciada en los Gallagher.

Cierto que el hip-hop tampoco anda corto de altivez. Encuentro irritante que los festivales de rap se llamen ahora de cultura urbana. Lo intentan justificar con actividades paralelas, pero indigna que se atribuyan rutinariamente la propiedad de la cultura de las urbes; se trata de una traducción del término urban, eufemismo de la industria musical estadounidense para referirse al público negro, el que no puede huir hacia las tranquilas praderas de los suburbios y se queda en el deteriorado centro metropolitano.

Desdichadamente, no es asunto que se pueda discutir con los amos de la cultura urbana. Lo he intentado, entrevistando a conspicuos raperos nacionales, y no he conseguido más que simplezas, del tipo "lo nuestro es un modo de vida". Sí, claro, y también podrían afirmar algo parecido los heavies, los góticos, los hooligans futboleros y otras muchas tribus. Al final, lo que finalmente les distingue parece concretarse en su devoción por determinadas marcas, una lealtad incluso variable: si les pagan por llevar ropas de la competencia, no hay problema. Eso y la obsesión por dedicar buena parte de su repertorio a proclamar su cegadora autenticidad y denunciar la horripilante falsedad de otros raperos que nunca se sabe muy bien quiénes son.

En realidad, el rap original (estadounidense) se apunta a lo de "el vivir bien es la mejor venganza". Y alardea de ello, sin complejos. Por lo tanto, hay algo incongruente en la presencia de un Jay-Z, que jamás como público a una romería como la de Glastonbury. Imaginen: un festival que tiene casi garantizada la lluvia torrencial. Con un poco de suerte, el asistente sufrirá un ataque de diarrea, verá su tienda saqueada, comprará drogas adulteradas, perderá de vista al objeto de sus deseos. Para los británicos es un ritual de supervivencia, el equivalente al Dunquerque de sus abuelos. Finalmente, da lo mismo que de fondo suene Jay-Z o Neil Diamond, también anunciado para Glastonbury. Sí, el mismo Neil Diamond que componía canciones contra la marihuana... hasta que la policía de Los Ángeles le encontró esa misma sustancia. Habrá que preguntar a Noel Gallagher si semejante hipócrita tiene su plácet.

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