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La confianza se fuga de Ascó

Los vecinos de la nuclear recelan del secretismo de la central y su influencia sobre el municipio

La construcción más alta de Cataluña se levanta junto al río Ebro, cuidadosamente alejada de Barcelona. Los 160 metros de la torre que refrigera la central nuclear de Ascó (Ribera d'Ebre) se entreven desde la calle en la que Carlos, jubilado de 71 años, espera el acontecimiento deportivo del año. "Los de Barcelona escondieron la central aquí, nosotros no la queríamos. Ahora es la que manda en el pueblo", asegura resignado. El primer reactor se inauguró en 1983 y la silueta de la nuclear ya se ha acomodado en el paisaje. De su actividad depende Ascó, la única localidad de menos de 2.000 habitantes con cadena de televisión municipal. VideoAscó Televisió creció paralela al desarrollo de la central. Y Carlos aguardaba el miércoles otro suceso parecido: la Vuelta Ciclista a Cataluña, que el Ayuntamiento de Ascó acogió para festejar un relevante aniversario: el primer reactor de los dos que tiene la central cumple 25 años.

"La moral del pueblo está muy baja", asume el alcalde de Ascó
Un ex alto cargo del municipio reconoce presiones de la central sobre la alcaldía

"Este evento llega en un momento importante. La moral del pueblo está muy baja", asume el alcalde de Ascó, Rafael Vidal (CiU). Tras casi un año en el cargo, Vidal lidia con un municipio inquieto por primera vez en muchos años. La fuga de partículas radiactivas de la central en noviembre pasado, que la dirección ocultó a los propios empleados, ha removido demasiadas dudas. "No nos ha gustado nada. Una cosa es asumir el riesgo de acoger una nuclear. Lo de engañarnos no entraba en el trato", explica un operario de la central que, lógicamente, exige anonimato.

El golpe ha roto el silencio que acallaba a Ascó. Ahora en la calle empieza a hablarse de la central. Incluso se habla mal, aunque muy al acecho de que no se acerque ningún vecino; algo impensable meses atrás. "Hemos crecido pendientes de no criticar a la central con ningún pretexto", recuerda Claudia Serrano, de 24 años y empleada en la guardería de Ascó. Ella descubrió las razones del silencio cuando salió a la calle con una camiseta que rezaba: Nucleares no, gracias. "Me miraron mal una buena temporada", recuerda en la terraza del bar El Núcleo.

Claudia pone el dedo en la llaga porque la nuclear lo impregna todo en Ascó, pueblo entregado a la central como último recurso para la supervivencia. El municipio entró en el siglo XX con 3.000 habitantes y siendo famoso en la comarca por sus aceitunas. Salió de él viviendo de otro monocultivo: el atómico, además del puñado de tiendas que cubren las necesidades de sus trabajadores. Criticar la central siempre se asimiló a repudiar la mano que da de comer a Ascó. Poco más queda ahora en esta localidad que supera apenas el millar de habitantes, pese a tener censados más de 1.600. Muchos foráneos siguen empadronados sólo para recibir las subvenciones municipales. "Cada uno va a la suya, a mojar lo que pueda, y así nos va. Atrapados porque la central nos alimenta, pero tampoco nos deja evolucionar", lamenta otro vecino.

Pero el episodio de la fuga radiactiva ha rememorado viejas riñas que tanto costaron olvidar. A fines de los setenta, el proyecto nuclear ya destrozó al municipio. "Nos dividió en dos, pero a lo brusco", recuerda un veterano. En una democracia incipiente, un grupo de personas y el sacerdote de la época encabezaron la causa antinuclear con una agresiva campaña. En tierra de nadie, los habitantes de Ascó -"cuatro payeses y tres caciques"- apenas sabían qué se les venía encima. La nuclear se disimuló bajo la construcción de una central eléctrica, sin especificar. "Luego muchas familias abandonaron el pueblo. El resto nos quedamos en un ambiente enrarecido, enfrentados y sin poder decidir qué hacer. Así hemos seguido desde entonces", explica el dueño de un comercio. La crisis gestada por la central amaga con reabrirse.

"Algo se ha roto. La nuclear siempre fue tabú en el pueblo, pero estamos en un punto de inflexión", ilustra un empleado del Ayuntamiento. Los recelos se ciernen, por una parte, sobre el moderno edificio del gobierno municipal: cerca de 70 funcionarios que gestionan un presupuesto de 6,5 millones de euros. Por otra, sobre la nuclear que debía estimular al municipio y lo ha dejado agónico, hastiado de pretender ser un pueblo normal y no lograrlo, incapaz de atraer servicios y habitantes.

Ambas cuestiones se entremezclan. De los seis alcaldes electos que han gobernado Ascó, tres compaginaron su labor con un empleo en la central. Vidal, el alcalde actual, lleva 30 años trabajando en el complejo. Su mujer también está empleada allí. "Una cosa no quita la otra", subraya Vidal. Pero la impunidad con que actúa la nuclear no lo deja tan claro. "Cuestión de sentido común. Ambos sueldos del matrimonio dependen de la central. ¿Cuánta presión crees que podría soportar el alcalde? Todos tenemos un precio", razona un funcionario.

Las acusaciones no señalan al alcalde, pero sí a un sistema en el que la nuclear tiene todas las ventajas. "Claro que la central presiona al Ayuntamiento", admite un ex alto cargo de la alcaldía, vinculado también a la nuclear. "Yo también lo sufrí. Saben hacerlo muy bien: desde insinuaciones irrisorias a otras cosas", añade omitiendo los detalles. A María, vecina de la parte vieja del pueblo, no le sorprende. "Es algo que intuimos, no somos tan ciegos. Todos vemos Los Simpson y sabemos quién manda en Springfield", bromea con fastidio. La metáfora es completa, señala, por la lamentable imagen que la central está dejando en el mismo Ascó.

Pese a ello, Vidal declaró hace unos días que la central "ha cumplido" con su deber. Aquí la perplejidad deriva en conatos de indignación: "Vaya estafa. ¿Mil habitantes no importamos nada frente a los intereses de una nuclear? Nos explotan", apunta un corro vecinal en pleno debate.

Lastrado por la sombra que proyectan las nucleares, Ascó suma lustros de crecimiento frustrado: lo que saca de la planta sirve para montar las mejores fiestas mayores de la provincia, levantar equipamientos de lujo y acoger etapas de cuantas vueltas ciclistas desee. Pero las casas nuevas se construyen al tiempo que se abandonan las viejas. El pueblo crece arrastrándose hacia la central, dejando tras de sí un desolado casco antiguo cuyos ladrillos se desmenuzan. "Sin la central sería peor", asegura un agricultor; "el pueblo desaparecería en dos días".

La central nuclear, vista desde unos viñedos de Vinebre, localidad vecina de Ascó.
La central nuclear, vista desde unos viñedos de Vinebre, localidad vecina de Ascó.JOSEP LLUÍS SELLART

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