La suerte de los artistas
Los artistas tienen suerte, y más en tarde de lluvia. Y ayer llovió copiosamente durante toda la corrida. El agua enfría los cuerpos y reblandece el alma; se le hielan a uno los huesos, y las gotas desvanecen la exigencia. Las corridas pasadas por agua son distintas, y la generosidad se hace presente; a veces, hasta se paladea toreo del bueno, cosa que ayer no ocurrió. Ayer, lo que hubo de verdad fue mucha agua y muchas ganas de justificar la mojada.
Sólo así se podría entender que le concedieran una oreja a Morante, que aplaudieran a El Juli y Manzanares, y que una tarde infausta pueda pasar a la pequeña historia del recuerdo más fugaz.
Los toros hicieron honor a las pretensiones de las figuras: mal presentados, mansurrones, descastados, sosos y moribundos, y nobles, eso sí, nobilísimos. Es decir, toros criados para el aburrimiento y el supuesto lucimiento de los artistas.
Del Río / Morante, El Juli, Manzanares
Toros de Victoriano del Río, justos de presentación, descastados, blandos y nobles.
Morante de la Puebla: pinchazo, casi entera -aviso- y un descabello (silencio); -aviso- pinchazo -2º aviso- y estocada tendida (oreja).
El Juli: estocada (silencio); cuatro pinchazos, media -aviso- y tres descabellos (ovación)
José M. Manzanares: pinchazo y estocada (silencio); estocada -aviso- (ovación)
Plaza de las Ventas. 23 de mayo. 15ª corrida de San Isidro. Lleno
Y llega el primero -Moran-te, por ejemplo-, encoge el trasero y la gente cree estar viendo a Curro resucitado. Será que la fiesta está inundada de mediocridad, porque no se entiende de otra manera que el torero de La Puebla, a la defensiva, medroso y entristecido siempre, levante los ánimos de esa manera. O es que el público no sabe lo que es torear bien... que todo puede ser. Lo cierto es que después de que se mostrara como un vulgar pegapases ante su noble y tonto primero, pareció que se vino arriba en el cuarto, con más vida que el anterior. Intervino en dos quites con poca sal: el primero, de dos verónicas y dos medias, y dos delantales, el segundo. Tomó la muleta, se fue a la otra punta del ruedo y le dijo a la cuadrilla: "Traédmelo aquí". Y la gente pide silencio mientras los subalternos se afanan en cumplir la orden del señorito.
Y allí le ponen el toro. Busca otros terrenos, la muleta la muestra siempre retrasada y resulta enganchada, muchos creen que aquello es el arte, torea al hilo del pitón, compone una figura estética, pero no se acopla, aunque todo se le perdona porque es un artista y está lloviendo. Que no, Morante de Dios, que el toreo es otra cosa; que este torero es un artista, sin duda, pero necesita el torito de peluche que luce encima del televisor para entusiasmar de verdad a alguien con un mínimo de sensibilidad. Y le concedieron una oreja después de dos avisos y un pequeño desastre con la espada. ¿Tiene suerte o no tiene suerte Morante? El trofeo fue un regalo impropio de una plaza seria.
Pero también apareció desdibujado por la lluvia el poderoso Juli. No tuvo toros para su contrastada capacidad, es verdad, lo cual no justifica su toreo superficial, acelerado y destemplado que desplegó ante el quinto -el segundo era un pobrecito inválido-, ante el que tardó un mundo en cogerle el aire. Muchos pases sin reposo ni hondura, y hasta la quinta tanda no trazó unos pases conjuntados y ligados. ¡Qué horror! ¿Y con la espada? Menos mal que el agua hiela los huesos; de lo contrario, las palmas se hubieran vuelto cañas para este poderoso matador que ayer se desinfló con el barro.
Y no tuvo mejor suerte Manzanares (será que la lluvia contagia la vulgaridad). Inaguantable el toro y el torero en el tercero, sosería, muleta enganchada, vulgaridad total. Y otra vez la estética sin contenido en el sexto. Mala colocación ante un toro moribundo, y detalles sueltos sin alegría. Tiene empaque Manzanares, pero el toreo verdadero necesita de otros aditamentos que ayer, entre el agua, el medio toro y la generosidad popular, no se vieron.
En ese toro último se animó Morante de la Puebla con un quite, que no quería ser el del perdón, y trazó dos chicuelinas y una media con más voluntad que acierto, pero, al menos, quedó patente su actitud voluntariosa.
Uno de los carteles de más expectación de la feria, y una de las grandes decepciones del ciclo. La lluvia lo desluce todo, pero no tiene la culpa de que no apareciera el toro ni de que los toreros no estuvieran lúcidos. A pesar de todo, muchos se fueron creyendo que habían visto torear...
Babelia
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