La trastienda de las bellas carreteras
Una exposición recupera la memoria de los trabajadores forzosos en las obras públicas del primer franquismo
La zigzagueante carretera que discurre entre Oiartzun y Lesaka es conocida, sobre todo, porque permite el acceso al conjunto de monumento y capilla que diseñaron en 1956 Jorge Oteiza y Luis Vallet, auténtica protomuestra de land art, cerca de la estación megalítica de Agiña, en homenaje al erudito Aita Donostia. Como tantas otras, esa carretera, que recorre una de las zonas más abruptas de las Peñas de Aia, fue construida por esclavos del siglo XX, prisioneros republicanos destinados a batallones de trabajo forzoso por las autoridades franquistas, tras el final de la guerra civil. Su memoria queda recogida en la exposición Esclavitud bajo el franquismo: carreteras y fortificaciones en el Pirineo occidental, que se puede visitar en la Casa de Cultura Ignacio Aldecoa de Vitoria hasta finales de mes.
Cerca de 15.000 prisioneros de guerra trabajaron en el Pirineo occidental
Poco a poco van saliendo a la luz todas las dramáticas consecuencias de aquel conflicto que asoló España entre 1936 y 1939. Unas consecuencias que se vivieron durante muchos años después de que se anunciase la victoria de los partidarios de Franco y sus aliados frente al Gobierno legítimo de la República. Tal y como recoge la exposición, por lo menos hasta 1945 miles de represaliados trabajaron en condiciones infrahumanas en las obras públicas emprendidas por el nuevo régimen a lo largo y ancho de España.
La muestra se centra en el espacio más cercano al País Vasco, donde se vivió una intensa actividad de estos proyectos de obras públicas, desarrollados con una mentalidad defensiva ante posibles invasiones que tomaran los Pirineos. Hasta ahora, y a falta de nuevas investigaciones, se ha identificado a cerca de 3.500 prisioneros de los 15.000 que trabajaron en las fortificaciones y carreteras del Pirineo occidental (muchas de ellas, todavía en uso). En su mayor parte, aquellos batallones de trabajo estaban formados por represaliados andaluces. Sólo se ha identificado un alavés que trabajase en esta zona: Manuel Lazarralde, de Artziniega.
La muestra expone el carácter sistemático de la red de campos de trabajo diseñados por la dictadura. Franco no inventó nada: el uso de los prisioneros de guerra para la realización de trabajos forzados es una de la señas de identidad de las principales autocracias del siglo XX, de Hitler a Stalin. "Vivíamos a base de un plato de lentejas con mucho agua y poca grasa", recuerda el bilbaíno Luis Ortiz Alfau, preso en uno de los campos de concentración franquistas, en uno de los testimonios recogidos en la muestra.
Sebastián Ardoiz, de Durango, también rememora la dureza de las condiciones en que tenían que realizar su trabajo: "A pico y pala, sin máquinas, jornadas interminables". Y, por supuesto, sin sueldo ni contacto con los familiares, hacinados en barracones, mal vestidos y peor calzados, y con el miedo en el cuerpo a diario. "Si alguno del grupo se marchaba, fusilaban al resto", apunta el asturiano Salvador Leon.
La exposición forma parte del programa Franquismo y memoria histórica, que se está desarrollando en la citada casa de cultura de la localidad alavesa.
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