Sin casta no hay emoción
Un ganado tan flojo como el visto hasta ahora impide la ilusión colectiva
Ha hecho fortuna en la Red un eslogan, "Nada tiene importancia si no hay toro", acuñado por quienes se autoproclaman defensores a ultranza de la integridad del toro y de su decisiva aportación en la valoración de lo que haga el torero con él.
Con la distancia que me producen algunos exclusivistas de ese sentimiento y la inevitable diferencia de gustos y criterios, lo cierto es que llevamos 11 tardes de feria de San Isidro y el ganado lidiado ha acreditado, salvo alguna noble excepción -como la bonancible corrida de Peñajara y un par de toros de Carmen Segovia-, poca casta. Y sin casta, sin esa imprescindible acometividad progresiva del toro desde que sale por el toril hasta que le arrastran las mulillas, es imposible la emoción, armónica conjunción con el torero y que la obra humana inspire además de una valoración estética un sentimiento de admiración.
¿Es esto normal?, me preguntaban unos aficionados mexicanos venidos desde Aguascalientes para ver el 5 de junio a José Tomás y decepcionados porque mañana no confirmará su alternativa su torero Joselito Adame. Y lo primero que les dije es que hasta ahora y además de lo antes dicho y salvo la corrida de El Pilar -donde hubo un poco de todo-, queda mucha feria, que es como decir que siempre nos quedará París, que en esto de los toros es la esperanza en Victorino, siempre tenaz en su empeño de conjugar el celo en la embestida de sus toros -aunque se dejen torear más que en los sesenta y los setenta- con que se exija el carné de lidiador de reses bravas. Pero a 20 de mayo, la esperanza está reforzada con la ilusión de que, además de él, Victoriano del Río, Alcurrucén, Cuadri, Fuente Ymbro, Valdefresno, Palha y Adolfo Martín, en San Isidro, y Núñez del Cuvillo, en la Feria del Aniversario, nos hagan recuperar la confianza en que ser ganadero de reses bravas es uno de los más hermosos oficios de la moderna civilización y es ser el depositario de una prodigiosa aventura de la innovadora genética, sólo a la altura del más moderno alquimista, del más experimentado sabio de laboratorio y sobre todo del más generoso amante del animal más bello, potente e indómito de la naturaleza.
Pero también les dije a mis buenos amigos de México que con ser tan importante el peso de la historia y de la tradición, los toros como espectáculo sortearán los peligros que la acechan en forma de "pacíficas" invasiones de ruedo, de "agresivas" manifestaciones y de otras imaginativas campañas, mientras un toro de lidia imponga respeto al público, exhiba fiereza en el ruedo y al mismo tiempo sea capaz de dejarse torear por un tipo disfrazado de lentejuelas, como decía Luis Miguel, "con medias rosa en un tiempo en el que el hombre ya ha llegado a la Luna", mientras haya creadores que como Botero, Barceló o Arroyo sean capaces de dejar en sus pinceles la impronta de su arte, o de escritores como Vargas Llosa, Sánchez Dragó de su devoción literaria por el mundo, o como Fernando Savater, de escribir artículos como el del otro día en estas páginas, dedicado a recordar sus muchas y fructíferas incursiones en la pasión taurina. Así pues, ganaderos del mundo. En vuestras manos está el que ir a los toros sea un misterioso ejercicio de emoción, una memorable ilusión colectiva o una progresiva, lamentable y culpable decadencia.
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