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Columna
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¿Adónde va Montilla?

Josep Ramoneda

El debate de la financiación levanta siempre reacciones duras porque para hacerse fuerte en las disputas por el dinero todas las partes acuden al terreno más proceloso de lo simbólico y de lo identitario. Esta confrontación de intereses es la prueba del éxito del estado de las autonomías. Si hubiese sido una mera descentralización de fachada, quizá no tendríamos estos conflictos. Pero se crearon instituciones autonómicas que han crecido en significación y legitimidad, con recursos y con valor añadido político, que dan lugar a lógicas disputas por el pastel y por el fuero. Para eso existe la política: para encauzar y aliviar estos conflictos.

La respuesta del presidente Montilla a Felipe González, publicada en este periódico, hay que situarla en el contexto de este debate y en la perspectiva de la estrategia del presidente catalán ha corto y medio plazo. El artículo en que el ex presidente del Gobierno utilizaba la crisis económica como coartada para pedir un aplazamiento del cambio de modelo de financiación autonómica reflejaba el estado de opinión de un sector importante del PSOE. Poco importa que el artículo fuera espontáneo o fuera escrito por encargo. Era un magnífico banderín de enganche para aquellos responsables socialistas que encajaron como una frustración que el PSOE hubiese obtenido sus mejores resultados en Cataluña y el País Vasco y que parecen querer tomarse su revancha en la discusión sobre los dineros.

Cunde la sensación de que socialistas catalanes y españoles emiten en longitudes de onda distintas

Desde el 9-M, cunde una vez más la sensación de que socialistas catalanes y españoles emiten en longitudes de onda distintas. El artículo de Felipe González le brindó la oportunidad de oro al presidente Montilla. Respondiendo al ex presidente -la figura incontestable del socialismo español-, Montilla daba la medida de la dimensión de su enfado, evitaba el duelo directo con los barones regionales y emplazaba al presidente Zapatero a dar una respuesta a la altura de las circunstancias. Zapatero cambió el guión: tiene que haber acuerdo antes del 9 de agosto como dice la ley. Y los partidos catalanes no tuvieron otro remedio que ponerse al lado del presidente.

¿Por qué lo hizo Montilla? Por dos razones. Por exigencia del cargo y por estrategia política. Montilla, como presidente de la Generalitat, tenía que hacer un gesto inequívoco que le colocara al frente de la reivindicación de la financiación. Y a su vez no podía permitir que con la excusa de la crisis se eludiera el cumplimiento de un texto legal vigente: el Estatuto. Lo hizo, y con contundencia. Pero al mismo tiempo, Montilla necesitaba recuperar la iniciativa política. Y éste ha sido el primer paso.

La clara victoria electoral socialista en Cataluña provocó recelos en el PSOE y aturdimiento en los demás partidos catalanes. Esquerra Republicana, que vio cómo los electores le regalaban una ducha de realidad, ha entrado en la enésima crisis de identidad entre su pulsión izquierdista y su pulsión nacionalista. Es un juego de equilibrios que determina que el partido camine siempre cojo, a veces apoyándose en una pierna y a veces en la otra. Carod ha querido resolver la aporía, aparentemente sin éxito, con la atractiva idea de que el independentismo no tiene que ser nacionalista si quiere ser lo más incluyente posible. Pero la presión de los creadores de opinión afines hace tiempo que coloca la alianza nacionalista como prioridad ineludible.

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En La Moncloa, Zapatero ha seguido emitiendo las señales que viene repitiendo desde que Montilla se hizo con la presidencia de la Generalitat, contra la voluntad del presidente. La pequeña historia muestra que Zapatero es implacable con los que le contradicen. Montilla lo sabe. En relación con Cataluña, Zapatero sigue seducido por la fantasía que habita a todos los ocupantes de La Moncloa. Los gobernantes españoles ven en CiU al mejor aliado posible en Cataluña: sus demandas son razonables y, al precio de mantener siempre viva la llama de la reivindicación, garantiza que las pulsiones nacionalistas no se desborden. Éste fue el sistema que, con Pujol, funcionó con todos los gobiernos democráticos españoles. Pero los tiempos cambian y Pujol ya no está y el mapa político catalán tampoco es el mismo, con lo cual la capacidad moderadora de Artur Mas está por demostrar.

Pillado entre estos dos fuegos, y con la amenaza de la sentencia del Tribunal Constitucional en el aire, el presidente Montilla corría y corre el peligro de que otros le marquen la fecha de caducidad del tripartito: Puigcercós o Zapatero. Con lo cual, no le queda otro remedio que tomar la iniciativa política si quiere ponérselo realmente difícil a uno y a otro. ¿Cuál debe ser el objetivo del presidente? Crear las condiciones para ir a unas elecciones con posibilidades reales de ganarlas. Para ello necesita tomar la iniciativa política, sostenerla y encontrar el momento exacto para jugársela.

El PSC sale en mejor posición que nunca para intentar llegar primero, por fin, en unas elecciones en Cataluña. La situación de sus adversarios ayuda. CiU sigue metida en su crisis de identidad, entre las dos almas de la familia, pero también dentro de la propia Convergència, donde el efecto campo de Esquerra Republicana sigue provocando contorsiones en la doctrina del partido que pueden acabar rompiéndole la cintura. No es fácil querer ser el partido de la moderación y apuntarse, al mismo tiempo, a la autodeterminación. Iniciativa per Catalunya, muy tocada por la gestión de la crisis del agua, ha pasado de ser una garantía de estabilidad a ser el partido que más obstáculos pone al buen gobierno. Y Esquerra Republicana sigue pendiente de resolver su duda metódica, pero en la medida en que lo tiñe todo de derecho a decidir su perfil de izquierda no progresa. En estas circunstancias, Montilla tiene espacio para crecer tanto en el sentido de la moderación como en el de la izquierda.

¿Cómo puede salir Montilla de este laberinto? Un político más dotado para el liderazgo mediático, más exhibicionista, más contundente, menos retraído y menos prudente, lo resolvería con un órdago: convocar elecciones para pedir apoyo a la ciudadanía para gobernar con las manos libres. Es decir, sin la puntillosa ICV y sin la ruidosa ERC. Para que la apuesta tuviera éxito, sin embargo, Montilla necesitaría algo fundamental: la complicidad del presidente Zapatero. Una buena resolución de la cuestión de la financiación es la bandera imprescindible para que Montilla no quede atrapado en la pinza. Por eso, el presidente ha decidido tomar la iniciativa. Si no quiere extraviarse por el camino necesitará utilizar todas sus armas, incluidos sus 27 diputados, para doblegar las resistencias en el PSOE. Y mucha persuasión, porque Zapatero siempre pensará que aunque Montilla no gane las autonómicas, con CiU se puede contemporizar bien, y que, en cualquier caso, volverá a ganar las generales en Cataluña. Hasta que un día el cántaro se rompa.

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