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Columna
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De chiste

Era casi de esperar que los guardianes de las esencias patrias, en este caso el BNG, se sintieran heridos en el alma superlativa del pueblo gallego con la publicación a su juicio "denigrante y discriminatoria" de un libro publicado en Argentina por la prestigiosa Editorial Sudamericana y que lleva por título Súper chistes gallegos. Era de esperar que una comitiva de gallegos, en su mayor parte hijos o nietos de inmigrantes, movilizados por sus asociaciones de gran abolengo tribal (Arentei, Lalín, Rianxo) se personaran en la Feria del Libro de Buenos Aires y con bastante menos fanfarria que Tom Wolfe protagonizaran una de las anécdotas de la multitudinaria convocatoria: los gallegos se sienten heridos en su cultura universal y han aprendido a protestar.

La ironía es uno de nuestros bienes y somos maestros en el humor universal y en la paradoja

No conozco el contenido del libro en cuestión, pero sí su música cuartelaria y el insoportable tonillo que desde casi bebés tenemos que soportar los gallegos de toda condición. No conozco el contenido, pero he oído miles de veces la definición del personaje gallego por excelencia, del hombre de los chistes que nos ampara: sucio, ahorrador hasta la miseria, trabajador nato, desconfiado cerril, inculto, supersticioso.

Y cada vez que ocurre esta situación, ya ha pasado varias veces a lo largo de los últimos tiempos, pienso siempre lo mismo: ¿y qué decir de los chistes de los argentinos en España? ¿y de ese hombre de Mallorca que pone que perros y rumanos van a salir echando hostias de su tienda? ¿y cuántas veces no han oído el típico chiste del mariquita o del paralítico por no decir del gitano? ¿conocen aquel por ejemplo de la receta de la tortilla a la rumana que empieza diciendo: primero se roban los huevos?...

Reírse de uno mismo no es siempre una condición necesaria para superar esos ardores patrióticos, sobre todo si en esas chanzas abunda la zafiedad, la obviedad y la sal gorda, pero sí debe ser el piloto automático que indica el grado de madurez universal de una cultura. Que se hable de nosotros (aunque sea mal) en Argentina es consecuencia directa de esos casi cinco millones de personas que directa o indirectamente llevan sangre gallega por sus venas. Es más, siempre recomiendo el mismo ejemplo: vuelvan a ver las películas de Woody Allen, lean sus libros, para ver como alguien puede hacerse más fuerte y universal a partir de los lugares comunes sobre su propio origen: en este caso, con todo lo terrible que a veces puede ser, los del del pueblo judío.

Hasta donde yo sé sólo los rabinos más recalcitrantes de Brooklyn han excomulgado al neurótico hombre que confía más en Freud que en la Torah y que garantiza humor inteligente en medio mundo y hace grande al pueblo que para muchos deshonra con sus chistes: lo mismo se puede decir de otros ilustres retratistas del maltratado pueblo hebreo como Saul Bellow, Isaac Bashevis Singer o los hermanos Marx. Me gustaría conocer al señor Parrota, por lo que veo tiene orígenes italianos lo que en Buenos Aires es señal de competencia comercial con los gallegos, un poco zapateros, ellos, contra lecheros, nosotros, me gustaría conocer al señor Parrota, disfrazado para la ocasión de Pepe Muleiro, y darle una oportunidad: si al décimo chiste no me río le condeno a escuchar el pasodoble Ponteareas 300 veces seguidas por el ipod y si después de eso me sigue contando chistes de gallegos le invito a que lea el pregón en la Festa do Carneiro de mi pueblo a ver si tiene güevos.

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La ironía es uno de nuestros bienes más preciados y habría que enseñarle al mundo que más que un pueblo de chiste somos maestros en el humor universal y en el reino de la paradoja, que desafíamos las leyes de la inercia y practicamos el conocimiento del más allá, que sabemos sortear las sombras y caminar sobre el fuego.

No sé, si como suele decirse de los irlandeses y otros pueblos celtas somos inmunes al psicoanálisis porque nuestro inconsciente se forjó en la época del Dolmen de Dombate, pero en cualquier caso recomiendo que nos riamos hasta que se nos desencajen las mandíbulas, hasta que nos descojonemos vivos de gentes como el señor Parrota que pretende que nos lo tomemos en serio. Flaco favor a la patria ese de tomarnos en serio.

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