Bien poco que celebrar
El primer año de Sarkozy en la presidencia de Francia arroja un saldo decepcionante
Llegó a la presidencia francesa hace un año como un ciclón y con un amplio respaldo (53%). Prometió gobernar también para quienes no le habían votado. Aseguró que llevaría a la práctica su lema de campaña de "trabajar más para ganar más", que pondría fin al inmovilismo de muchos sectores ociosos de la población y que devolvería el orgullo perdido. Sin embargo, cuando se acaba de cumplir su primer año de los cinco en el Elíseo, Nicolas Sarkozy parece una gaseosa sin burbujas.
La última encuesta le otorga apenas un 36% de apoyo, el nivel más bajo de todos los presidentes de la V República. Más de la mitad de los franceses confiesa que preferiría que no se presentara a la reelección en 2012. Toda una señal de la gran decepción que sus compatriotas sienten frente a un político, rebautizado al principio por algunos analistas como un Bonaparte moderno, que no ha comprendido del todo la función que debe desempeñar un jefe de Estado al haberla convertido en algunos momentos como un ejercicio exhibicionista y mediático de su vida privada.
Lo que en un principio pudo entenderse en positivo como un gesto humano (el divorcio de su segunda mujer, Cécilia Ciganer) se transformó luego en un vodevil de enredos, que él mismo representaba a conveniencia y con astucia para distraer la atención pública de problemas sociales como la reforma de las pensiones de los funcionarios, las protestas universitarias o el deterioro de la economía. Los devaneos con la cantante y modelo italiana Carla Bruni terminaron en boda, lo cual se interpretó como una normalización de su intimidad.
Desde la llegada de Sarkozy al Elíseo, los indicadores económicos de Francia han empeorado, si se exceptúa el desempleo. Es verdad que en ello ha pesado la crisis económica mundial. Pero el francés medio ve cómo su bolsillo mengua y observa con rabia que el paquete de medidas fiscales puestas en marcha sólo beneficia a las empresas y a los sectores más pudientes. En lo que respecta a la política exterior, hay que reconocerle el mérito de dar el empujón final al Tratado Constitucional europeo y la mejora de las relaciones con EE UU. En contraste con su relación con Angela Merkel, parece tener buena química con Zapatero, con quien ha estrechado la cooperación antiterrorista y a quien ha acercado a sus posiciones respecto a la política europea de inmigración.
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