La anarquía se adueña de Líbano
El Gobierno da marcha atrás y el Ejército no se atreve a desmantelar la red telefónica de Hezbolá
Masnaa, pueblo libanés junto al principal cruce fronterizo con Siria, era ayer la viva imagen de la anarquía que reina en Líbano. Se respiraba el ambiente de una guerra civil que nadie desea, pero que todos azuzan: suníes y chiíes, drusos y cristianos, Irán y Siria, EE UU y Francia. No hay ley ni orden. Sólo odio. A raudales. Miles de desharrapados trabajadores sirios, pobres de solemnidad con sueldos de 250 euros al mes, huían cabizbajos hacia su país cargados de bultos.
En Masnaa, los suníes armados se mostraban desafiantes y justificaban ese éxodo. "No tenemos nada contra los obreros. Lo que pasa es que vienen a ayudar a Hezbolá. Somos 3.000 hombres. Hemos cortado la carretera para que las armas no lleguen a Hezbolá. Cuando ellos abran el aeropuerto de Beirut, dejaremos pasar los vehículos". El más chulo -barrigudo, gafas de sol antiguas, gorra, moderno fusil en mano- se expresa contundente: "A ver si Sarkozy, Mubarak, el rey Abdalá u Olmert, quien sea, bombardea Irán".
En Masnaa, junto a Siria, se respiraba ambiente de guerra civil, sin ley ni orden
Hay calma en los pueblos con una sola confesión. En los mixtos se lucha
Hezbolá, patrocinado por Siria e Irán, ha propinado un golpe muy duro de encajar para el Gobierno prooccidental. Empujado por el líder druso, Walid Yumblat, el Ejecutivo decidió el martes investigar la red de comunicaciones telefónicas establecida por el partido-milicia chií y destituir al militar al mando de la seguridad en el aeropuerto de Beirut, Wafik Choucair. "El Estado no caerá bajo el control de los golpistas", declaró ayer el primer ministro, Fuad Siniora, en alusión al asalto armado de Beirut que los opositores de Hezbolá llevaron a cabo el viernes, cuando, sin apenas esfuerzo, se apoderaron de la mitad oeste de la ciudad. Ni un pelo se ha tocado, esta vez, a los cristianos, residentes en el este. Ha sido una batalla que han librado los musulmanes chiíes y suníes.
Pero cuando habló Siniora, el Gobierno ya había pasado la patata caliente al Ejército, que decidió revocar la decisión oficial. El general Choucair permanecerá como jefe de seguridad del aeródromo y las fuerzas armadas se harán cargo de la red de comunicaciones de Hezbolá -la madre del cordero- "de modo que no dañe el interés público ni la seguridad de la resistencia", precisó en un comunicado. Conseguido su objetivo, y humillado el Gobierno, los milicianos de Hezbolá comenzaron a abandonar sus posiciones en Beirut.
Desde el miércoles, los choques armados han asolado Líbano de norte a sur. En la septentrional Trípoli, pistoleros suníes atacaron ayer la sede del Partido Nacionalista Social Sirio. Diez cadáveres de ambos bandos yacían en el suelo tras el combate. Otras dos personas murieron en un entierro en Beirut. Más de 30 desde que saltó la chispa.
Las llamas de ese fuego se apreciaban a simple vista en el camino desde la frontera de Siria hasta Beirut. Y los rescoldos pueden avivarse en cualquier momento. Las barricadas con enormes piedras y montones de arena en Masnaa fuerzan a dar el primer rodeo. A escasos kilómetros, en Majdal Anjar, jóvenes suníes portadores de palos escrutan a los pasajeros de cada vehículo. Parecen enloquecidos. Los soldados observan desde lo alto de las tanquetas cómo se enseñorean los chavales que corren de un lado a otro. Gritan. Los uniformados no intervienen. No lo hacen contra nadie. Si el Ejército, siempre neutral, osara decantarse por alguno de los bandos, las consecuencias serían catastróficas.
En Barr Elias se repiten las escenas. Y más adelante, en Chtoura, la gente se encoge de hombros por el estampido de un cañonazo. Algunos coches permanecen varados en medio de la carretera. No puede seguirse el camino. Los soldados lo prohíben.
El descontrol es total. El denso humo negro es una nueva señal. La vía vuelve a ser cortada en el pueblo de Qab Elias por un grupo de niños -rondan los 12 años- que han quemado neumáticos sobre el asfalto. Se impone otro rodeo por un camino de arena y la hora entre la frontera y Beirut se convierten en tres de paseo por el fértil valle de la Bekaa.
Es asombroso cómo se transita del ambiente de guerra a una paz absoluta, aunque mezclada con el pánico que estremece a los libaneses. En los pueblos cuya población profesa sólo una confesión la calma era total. En muchas zonas mixtas se luchaba. Celebraban una boda los drusos del pueblo montañoso de Ain Dara y las tiendas abrían sus puertas. Incluso algunas mujeres paseaban por carreteras vacías. Aprovechan porque saben que tampoco están a salvo. Nadie lo está.
La carretera se ensancha al aproximarse al bastión cristiano de Alley. La proliferación de controles militares crece. "¿Qué sucede por allí?", interroga un oficial sobre lo visto a pocos kilómetros, como si ese "por allí" fuera otro mundo. Probablemente lo es. Líbano es un conglomerado de regiones fragmentadas por abruptas cadenas montañosas. Y en cada zona manda un señor feudal. La obediencia es ciega. Los suníes rinden culto a Saad Hariri, hijo de Rafik, el político-magnate asesinado en febrero de 2005; los drusos a Walid Yumblat y a algún otro cacique; los cristianos también están divididos en varios partidos, unos a favor del Gobierno, otros acérrimos rivales. Y la inmensa mayoría de los chiíes profesan a Hezbolá una lealtad inquebrantable.
La llegada a Beirut es deprimente. La ciudad soporta un tráfico insoportable cualquier sábado. Ayer era un páramo. Con soldados y tanquetas por doquier. Nadie paseaba en La Corniche, el paseo marítimo más popular.
Líbano está paralizado. El potente entramado de Hezbolá exige derecho de veto en un Gobierno de unidad. No están conformes con el reparto de poder que rige desde la independencia, en 1943. Entonces, los maronitas sumaban el 54% de la población. Pero hoy la elevada tasa de natalidad de los chiíes ha cambiado el panorama. Se ignoran porcentajes, porque elaborar un censo de población supondría el descalabro del consenso. Siniora rechaza otorgar ese poder de veto a Hezbolá, que en 2006 abandonó el Gobierno y se niega a acudir al Parlamento. No hay acuerdo posible.
La erupción violenta de esta semana seguramente será pasajera. Se han repetido episodios similares desde que Washington, París y Londres impulsaran en la ONU la resolución que decretó el fin de la tutela siria de tres décadas. Fue en septiembre de 2004. Cinco meses después, Rafik Hariri, ex primer ministro, era asesinado. Ahora se acerca la formación del tribunal internacional que juzgará a los responsables. Se ignora la autoría. Pero el Gobierno no alberga dudas: Damasco es culpable. Nadie duda de que el establecimiento del tribunal o sus fallos será la espoleta de una nueva explosión.
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