Un universo de gente despreciable
Faltaban años para el sexo, las drogas y el rock and roll. El acoso a las mujeres en el trabajo era signo obligatorio de masculinidad y demostración de poder. El alcohol no era una droga, sino un elemento natural en la vida de un ejecutivo. Y la música era suave. Blues blanco. A los negros no se les permitía destacar. Tenían que ser limpiabotas y mostrar una actitud servil.
Así es Nueva York en 1960. Así es Madison Avenue, la meca de la publicidad. Alguien dijo que las agencias en esa época dorada, en la que no había límites y en la que todo se podía vender (mentir era gratis), eran oficinas llenas de ejecutivos borrachos en una nube de humo. Mad men retrata ese escenario con una estética tan impecable que uno espera ver en cualquier momento a Jack Lemmon, porque Billy Wilder parece estar detrás de la cámara. Rodada en 35 milímetros y consagrada al cúmulo de excesos todavía permitidos, redescubre una era con parámetros sociales que parecen del siglo pasado, si ese siglo no estuviera tan cerca.
Nueva York era el centro del universo, y Madison, el lugar en que se decidían los gustos de ese universo
Metthew Weiner escribió hace años el piloto de Mad men mientras trabajaba como guionista eventual en la telecomedia Becker. Fichado como escritor para Los Soprano, ganó reconocimiento como para hacer lo que quisiera con su proyecto. El resultado tiene mucho que agradecer a la cadena de cable AMC, no sujeta a las constricciones creativas y censoras de las grandes networks y dedicada al fomento del cine clásico americano. Eso es Mad men: un largometraje de Gregory Peck dividido en 13 capítulos.
La diferencia con ese cine clásico es la virtud documental que proporciona la perspectiva del tiempo. Weiner no tiene que magnificar los vicios y los defectos de la época porque verlos en pantalla sorprende en sí mismo. Vicios, los tiene todos.
El primero, la misoginia. Las mujeres de Mad men son sumisas y agradecidas. En el trabajo, como secretarias, se ofrecen como carne fresca porque consideran suficiente fortuna haber salido del lugar que les corresponde: la cocina. Son mujeres en permanente disposición de agradecimiento al hombre, a cualquier hombre, por ser su jefe, su esposo o su amante, o por ser objeto de una mirada o un comentario cuando al acoso sexual se le denominaba flirteo. Cuando la tímida y recatada Peggy Olsen llega a la agencia Sterling Cooper, su jefa, Joan Holloway, le enseña una mesa con una máquina de escribir IBM, todo un portento tecnológico para la época: "Que no te abrume toda esta tecnología", le dice Joan. "Parece complicado, pero los hombres que la diseñaron, la hicieron lo suficientemente simple como para que pueda usarla una mujer".
Joan asume una misión de mentora sexual de la nueva empleada. "Vete a casa, ponte una bolsa en la cabeza con agujeros en los ojos, mira tu cuerpo desnudo en un espejo y decide qué partes has de destacar y cuáles debes ocultar", le recomienda a Peggy. En la agencia, las secretarias son esposas de oficina, con hilo y aguja en el cajón. "Vete a casa, ponte los rulos, y mañana empezamos de cero", le dice Don Draper, el jefe, a Peggy cuando ésta se ofrece como consolación más allá de lo laboral. Y los hombres de Mad men también son homófobos. La homosexualidad está condenada al armario y se esconde con alardes de machismo para no crear dudas. Y antisemitas. Los judíos son pintorescos y poco fiables.
En esa época en la que la ropa a medida y la arrogancia eran requisitos para el ascenso, Draper se mueve con soltura. Con su traje siempre impoluto, su camisa blanca siempre planchada, su vaso de bourbon a media mañana y la seguridad recia en sí mismo, Draper es la estrella de la agencia, el protegido del jefe, el ejecutivo del que todos quieren ser amigo y ellas amante. Su mujer y sus dos hijos son un elemento secundario al que apenas dedica la atención. Sólo a su éxito.
Nueva York era el centro del universo, y Madison, el lugar en el que se decidían los gustos de ese universo, desde lo que la gente tenía que comprar hasta el candidato por el que tenían que votar. Un joven político, Richard Nixon, quiere contratar los servicios de la agencia en su campaña contra John F. Kennedy. Pero si la publicidad en esa época era una mentira legal, ningún producto lo representa mejor que el tabaco. Lucky Strike es cliente prioritario de la agencia, y ni los directivos ni los publicitarios aceptan que el Gobierno sea capaz de sugerir que fumar es nocivo para la salud.
Mad men, que obtuvo el Globo de Oro a la mejor serie del año, recorre ese Nueva York de humo y martinis, y esa profesión despiadada en una sociedad de normas éticas retrógradas, pero inquietantemente cercanas en el tiempo.
Los episodios de 'Mad men' pueden verse en Canal + los jueves, viernes y sábados.
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