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CÁMARA OCULTA
Columna
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El diente de la Gerarda

Geraldine Chaplin perdió un diente por el puñetazo que le propinó Jean-Luc Godard mientras ella echaba una mano con los que intentaban cerrar las cortinas para interrumpir la proyección de Peppermint frappé. El director suizo había malinterpretado sus intenciones. En el mismo empeño de boicotear la película estaban François Truffaut, Louis Malle, Roman Polanski y otros más. Consiguieron que la proyección no comenzara y que el festival de Cannes fuera interrumpido. Era mayo de 1968 y los cineastas jóvenes se habían sumado al sueño de que el mundo cambiara, y particularmente que el festival de cine se adecuara a los tiempos y dejara de estar al servicio de las productoras poderosas. Al año siguiente las aguas habían vuelto a su cauce, y Cannes cambió en algo para que todo siguiera igual. Creó la sección Quincena de Realizadores y la puso a disposición de los protestones. Desde entonces, películas de signo distinto al oficial han encontrado su rincón en el macrofestival; este año ahí se verá El cant dels ocells, de Albert Serra.

Sin embargo, hay festivales que no parecen adaptarse a los nuevos tiempos; eso les está ocurriendo a algunos españoles, Valladolid y Sevilla sin ir más lejos. En ambos casos, sus directores han dimitido o están en trance de hacerlo. No les entienden las administraciones públicas, algo que no es nuevo. Los alcaldes, concejales o diputados quieren tener en sus ciudades bonitos festivales de cine, pero sin comprender sus entresijos ni el tiempo ni el dinero que exigen. A uno de estos dos directores cesantes le imponen equipo, a otro le niegan hasta una oficina donde trabajar... Les parten los dientes y luego critican sus protestas. Y siempre mirando a Cannes con arrobo. Pues ahí lo tienen: los políticos franceses subvencionan y no se meten, sus directores no les dimiten, y año tras año Cannes se afianza como el festival de festivales.

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