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PERDONEN QUE NO ME LEVANTE

El tocho-móvil

Asisto, con perezosa felicidad, al verano adelantado de que solemos disfrutar en Beirut -uno de los ben¬ditos y acaramelados placeres, entre tanto acíbar-, igual que he presenciado los preparativos para recibir la estación a que se entrega la dirección del merendero que frecuento. Con su aire de establecimiento de baños públicos de la Barceloneta de los cincuenta y sesenta, el Sporting despliega cada año, empezando poco antes de la Pascua, una batería de obreros que abarca todos los subgéneros de la puesta a punto: cerrajeros, fontaneros, electricistas, carpinteros, pintores, soldadores y, por supuesto, mi¬rones, lo que aquí en Oriente Próximo constituye, en la tranquilidad como en el bom¬bazo, un respetable menester. La familia propietaria -del merendero, no de la región-, de confesión cristiana tirando a suelta, exhibe un encomiable interés por los colores playeros. Este año, amén de obsequiarnos con un encalado refulgente en las paredes y con un baño de azul añil, que parece gritar "¡hombre al agua!", en zócalos, rebordes y barandillas, nos han sorprendido por un cambio en los parasoles que, de proponernos un vermú italiano, han mutado a cumplir su función sin otra publicidad que la de un coro de círculos amarillo canario que compiten silenciosamente con el propio sol al que intentan hurtarnos. Madame Betty, la dueña, también irradia azul y oro.

"Al ladrillo le pasa los mismo que a Tom Cruise. Le sobrevaloramos"

Todo ello me recuerda la holganza de mi niñez urbana y mediterránea; aquellos primeros días en que había que comprar un bañador y unas alpargatas, porque el equipo viejo ya no daba más de sí, y contábamos las perras de la hucha. Tirando del hilo, me solazo con aquella Tossa de Mar intacta y aquel Lloret cuyas calas pertenecen ya sólo a la memoria. Uno no sabe, cuando acumula, que prepara algo bueno para las zonas venideras del deseo: el recuerdo de lo que le fue arrebatado sin su consentimiento. En el caso de la depredación inmobiliaria -tema que me resulta tan caro últimamente: qué sufrimiento, el del ladrillo y su circunstancia-, tendríamos que aunar los españoles (menos los que se han forrado y que ahora lloran porque ya no se forran tanto) nuestras respectivas remembranzas, y ni así daríamos el saldo completo. Propongo al Gobierno un nuevo frente de recuperación de la memoria histórica: qué se jodió y quién lo jodió, deconstructivamente hablando. Mi querido gremio de la edificación arbitraria, que ha producido ejemplares tan representativos de la Arabia Cañí y de la España Saudí como, respectivamente, Bin Laden y Gil y Gil, proporcionaría -subsidios y ayudas estatales aparte- motivo para, ¿cómo llamarlo?, ¿debate o melancolía?

Una lectora me pide que me meta más con el Trágico Ladrillo, aprovechando que el nuevo Ejecutivo va a echar una mano a la peña, a base de revolucionarios métodos subvencionales: entre ellos, restaurar. Fíjate tú en lo que pueden combinar los emprendedores que otrora -no hace ni diez días, como quien dice- nos cantaron las glorias de ineficientes paraísos de ado¬sados; anda, lo que nos espera como se pongan a barajar sinónimo tan indeciso. Restaurar. Abarca el verbo a hoteleros que utilizan como camareros a parados de la construcción, a seres quirúrgicamente refaccionados más allá de todo posible reconocimiento por parte de allegados y parientes, a Simeones de Bulgaria y a la entera escuela de repuestos monárquicos, a Ferran Adrià y a su increíble lote de dibujos animados…

No voy a hablar mal del ladrillo, porque ya ha quedado diáfano que su alarmante decrepitud me hiperventila el genitaliado. Siempre me quedará una silla en la Rambla desde la que contemplar las ruinas de la fosforescencia. Pero déjenme decirles que al ladrillo le pasa lo mismo que a Tom Cruise. Le sobrevaloramos, y mucho me temo que ahora estemos ampliando su caída para que los interesados pasen el cazo.

Este llanto por la muerte (tan tardía) del tocho y del azulejo -menos mal que a la Preysler ya no le pilla- sólo sirve para alimentar mi afecto por el encalado, el azul añil y el amarillo.

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