Correctores de estilo
Ahora se habla de género donde antes se decía sexo. La Constitución de 1978 dice que "los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación por razón de nacimiento, raza, sexo, opinión, o cualquier otra circunstancia personal o social". El Código Penal castiga la discriminación por motivos de sexo. Pero el tiempo se mueve y las palabras cambian. El Estatuto de Andalucía de 2007 ya habla de igualdad de género, y recuerda que "las mujeres tienen derecho a una protección integral contra la violencia de género", y "toda persona tiene derecho a que se respete su orientación sexual y su identidad de género".
Hay palabras y expresiones que se ponen de moda, e incluso llegan a hacerse obligatorias, y luego pasan, envejecen, se olvidan, sufren mutaciones, son sustituidas por otras. Los redactores del Estatuto andaluz fueron muy sensibles y adictos a las jergas de la época, y asumieron el género, la identidad y lo identitario, la interculturalidad, el hecho diferencial y la cultura global, decididos a "afrontar con garantías los retos de un tiempo nuevo". Todo es un reto desde hace años. Todo el mundo afronta retos permanentemente, ya sea ir a Eurovisión como bailarín, casarse, trabajar de ferrallista, o hacerse cargo de la Consejería de Turismo. Pero, además de clichés, las palabras son una marca del grupo con el que se comparten vida e ideas.
El Tribunal Superior de Justicia de Andalucía ha mandado quitar la palabra "género" de las órdenes que dio la Junta sobre la asignatura de Educación para la Ciudadanía. Un padre había pedido protección para su derecho fundamental a educar a sus hijos dentro de sus propias convicciones religiosas y morales. El Estado es aconfesional, no puede adoctrinar a los ciudadanos con principios que vayan más allá de los recogidos en la Constitución, y el género no viene en la Constitución. El género es una ideología, según el Tribunal. Hay que borrar esa palabra, sustituirla por sexo. Yo también aprendí en mis estudios palabras de moda entonces, como infraestructura y superestructura, o modo de producción y formación social, y vi secuestrar y prohibir libros que utilizaban esas fórmulas marxianas, pero jamás había visto a los jueces ejercer tareas de correctores de estilo.
Porque la noción de género, que aparece varias veces en el Estatuto andaluz, se ha convertido en parte del vocabulario legal del Estado. Mandar eliminarla obedece a una cuestión de gusto verbal o conceptual. Lo que los jueces llaman ideología de género es una teoría vieja y simple, histórica, de los años setenta, que supone que el sexo es biológico, natural, y el género es cultural. Ann Oakley, la primera socióloga que distinguió sexo y género, vio en Inglaterra lo que se ve en muchos sitios: que los niños son educados para ser masculinos, y las niñas son educadas para ser femeninas. La conciencia de género, masculino o femenino, nos la inculcan culturalmente desde la cuna, y puede ser un cepo para toda la vida. Estas teorías, que yo creo acertadas en lo básico, son significativas en la cultura contemporánea y, aunque cualquier profesor que no las comparta se las presente a sus alumnos como un disparate, no es ningún disparate que los alumnos las conozcan en clase, en relación con la igualdad entre los sexos que consagran las leyes españolas.
Yo mismo, aun creyendo verdad lo que sostenía Ann Oakley en 1972, no considero necesaria la contraposición entre sexo y género. Todo lo humano es cultural, hablemos de sexo, emociones, o inclinaciones alimenticias y estéticas. Prefiero hablar de sexo, y, poniéndonos en el lado feo del asunto, de división sexual del trabajo, discriminación sexual, explotación sexual, dominio sexual, crueldad sexual. Lo veo más claro y más pedagógico. No creo que haya relaciones sexuales no culturales, y entiendo que la sexualidad es mucho más rica que el bipartidismo de lo masculino y lo femenino. Pero, dicho esto, no le prohibiría a nadie el uso de la palabra "género", tan fina.
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