Vuelve el héroe del látigo y el sombrero
El inminente estreno de la nueva película de Indiana Jones levanta una enorme y gozosa ola de expectación. El curtido arqueólogo aventurero regresa por fin convertido en un mito irremplazable de nuestra época
Vuelve Indiana Jones! Millones de personas en todo el mundo aguardan con expectación apenas contenida el estreno el 22 de mayo de Indiana Jones and the kingdom of the crystal skull. El nombre del aventurero arqueólogo se inscribe ya con mayúsculas en la cultura y el imaginario de nuestro tiempo. Su chaqueta de cuero y su sombrero, reconocibles en todo el planeta, se exhiben en el Museo Smithsonian de Washington, donde quien firma los pudo ver hace unos meses, con la natural emoción, no lejos del Spirit of St. Louis de Lindbergh y junto a la guerrera de ante con flecos del general Custer y las pistolas de Jeb Stuart, otros iconos, estos bien históricos, de la aventura.
Lo de Indy es asombroso e invita a la reflexión: unos adolescentes estadounidenses reprodujeron en vídeo, plano por plano, a lo largo de siete años, En busca del arca perdida (es verdad que sin los 500 extras y las 7.000 serpientes originales). Un novelista español de éxito confiesa haber visto el primer filme de la serie ¡27 veces seguidas! Un arqueólogo ofrece en Internet visitas a los lugares reales en que se desarrollan las búsquedas de su colega de ficción, como el templo de los guerreros chachapoyas, aunque parece que no están ahí la letal piedra rodante ni el feo cadáver del infortunado Forestal. Se discute científica, sesudamente, estos días la veracidad del MacGuffin -el objeto que impulsa la trama- de la nueva entrega, los célebres cráneos de cristal pulido precolombinos, que parece ser nos van a conducir a una historia de tintes fantásticos e incluso -ay, ay, ay- roswellianos. Los aficionados se interrogan con escalofríos de emoción anticipada sobre el significado del número marcado en la misteriosa caja de madera "Property of Dr. Jones" que aparece en el cartel y el tráiler de la nueva película -9906573- que es, por supuesto, una variación del legendario 9906753 impreso en el cajón donde se guarda el Arca de la Alianza al final de la primera entrega...
Nadie parece inmune a su encanto. Es valiente, inteligente, vulnerable, romántico y divertido
En su genealogía están Lawrence de Arabia y Malraux, que arrancaba frisos de Angkor Wat
Rizando el rizo, el arqueólogo de carne y hueso más popular hoy, el egipcio Zahi Hawass -que compite en buscar cosas extraordinarias con nuestro héroe: ahora la tumba de Cleopatra-, luce un sombrero como el de Indiana Jones en el que es probablemente el mayor homenaje que puede hacerse a la creación de George Lucas.
Nadie, en suma, parece inmune al encanto y la llamada del valiente, inteligente, vulnerable, romántico, divertido y a menudo cáustico Indiana (pruebe usted mismo a ponerse un sombrero). ¿Por qué ese éxito del personaje y la serie? ¿Qué tienen Indiana Jones y sus aventuras que los hacen tan irresistibles, que provocan que el bueno de Harrison Ford, con 65 años, vuelva a la carretera -para darse batacazos otra vez- y nosotros, que algunos ya peinamos canas, nos precipitemos con el corazón abierto a los cines? Bueno, Indiana Jones, es obvio, encarna un arquetipo. Su dualidad -el respetado profesor de arqueología Henry Walton Jones Jr. y su álter ego el aventurero Indy ("¿y tú eres profesor?", le espeta tras una escena de acción en la nueva entrega su ¿hijo? Shia LaBeouf; "de vez en cuando", responde nuestro hombre)-, remite al Zorro, a la Pimpinela Escarlata, a Scaramouche y a todos los modernos superhéroes. Y es típica de los héroes mitológicos, como lo es la ausencia de madre, la marca física (la cicatriz), la lucha contra los ejércitos del mal (nazis, thugs o soviéticos de Irina Spalko), el embarcarse en la búsqueda de un objeto mágico, la (mala) relación con las serpientes o el arma propia (el látigo).
Indiana además esencializa el estereotipo de héroe aventurero moderno. Lo hace con toda la potencia que le proporciona el cine de Hollywood pero también con toda la carga de un mito enraizado profundamente en la tradición de la literatura de aventuras y viajes. Indiana es heredero de todos aquellos que en la realidad o la ficción mezclaron, como señala la estudiosa Sylvain Venayre (La gloire de l'aventure, gènese d'une mystique moderne 1850-1940, Aubier, 2002), "la pulsión de afrontar riesgos mortales con el deseo de espacios ilimitados". Es heredero, pues, de los hombres que quisieron ser rey -el rajá Brooke, Mayrena de los sedangs, los bribones del Kafiristán- y de los que prefirieron el tráfico y el contrabando -Rimbaud, Henri de Monfreid-. Toda la "fuerte raza de los aventureros" que decía Blaise Cendrars.
Pero Indiana es muy especialmente hijo de todos esos científicos embarcados en la aventura, desde los de Julio Verne hasta el gran Belzoni, el egiptólogo del XVIII que competía -a menudo a pistoletazos- por conseguir las mejores antigüedades faraónicas. En su genealogía están Lawrence de Arabia, arqueólogo en Karkemish y hombre de (mucha) acción -¿no es acaso Indy uno de sus "soñadores de día", uno de esos seres envidiables que cumplen sus sueños despiertos?-; y Malraux, que igual pilotaba y tiraba de pistola que arrancaba frisos de Angkor Wat. Por ahí anda también Howard Carter, otro con sombrero.
La historia de cómo surgió el personaje es bien conocida: Lucas y Spielberg se encuentran en una playa hawaiana tras el estreno de Star Wars en 1977. El primero le habla de la idea de una película sobre un arqueólogo con látigo, un tipo con aire vintage, de los años treinta, que vive aventuras en la jungla y reproduce las viejas series de televisión que Lucas había visto de niño. Lo bautizan Indiana como el malamute de Lucas... En fin, pura historia de las ideas del siglo XX.
Lo que tenemos es un héroe de capa y espada -los anglosajones tienen esa diabólica palabra que suena como una estocada, swashbuckling- revestido, y ahí está la gracia, de arqueólogo. Los complementos vienen a continuación. La indumentaria no es en absoluto original: el fedora (sombrero tipo borsalino) es el de Humphrey Bogart en El tesoro de Sierra Madre; el látigo nos remite al Zorro o al domador Clyde Beatty; la chaqueta de cuero es un clásico del aventurero, con referencias a la aviación pionera y de combate -véase en el mismo Smithsonian la tan estupenda de Claire Chennault, el líder de los Flying Tigres-, y qué decir de la universalidad del cinturón y la pistolera Sam Browne, la camisa kaki, el macuto, las botas...
La inspiración iconográfica general fue el personaje de Harry Steele que encarnó Charlton Heston (¡) en Secret of the incas, y que, naturalmente, se basaba en el arqueólogo profesor de Yale y explorador -redescubrió Machu Picchu- Hiram Bingham. Los retratos en campaña de Hiram Bingham le muestran ciertamente como un Indiana Jones avant la lettre pero flacucho y avinagrado. Su lado oscuro -expolió las antigüedades peruanas- nos recuerda las contradicciones que se agitan en el alma de Indy (y la enriquecen). Nuestro héroe es, no lo olvidemos, un conseguidor de objetos para los museos occidentales -¡el Grial en una vitrina!- con mentalidad bastante colonial. Por supuesto, esto se disfraza en los filmes con la encarnación de las mayores pulsiones negativas de Indiana en personajes rivales, verdaderos dobles especulares, como son el arqueólogo francés sin escrúpulos René Belloq o los arqueólogos nazis -que traslucen la búsqueda por la organización Ahnenerbe de las SS de objetos esotéricos para Himmler y Hitler-.
Indiana es reflejo de otros muchos personajes, pero entre los más significativos se encuentra sin duda Roy Chapman Andrews, que llevaba sombrero y revólver y merodeaba en los años veinte por lugares agrestes y remotos en busca de objetos asombrosos, en su caso fósiles de dinosaurio para el American Museum of National History. La arqueología y la paleontología son los dos grandes reinos científicos de referencia de Indiana, aunque él todavía no ha corrido detrás (o más bien delante) de ningún tiranosaurio -eso ha quedado para su sosias de Parque Jurásico Alan Grant, que también luce sombrero-.
Lucas y Spielberg, con su gran intuición y esa comunión tan estadounidense con la infancia propia que sensibiliza y predispone al contacto con lo arquetípico, son grandes reelaboradores de mitos. Su mayor acierto con Indiana ha sido entender que el gran héroe aventurero de masas ya no es -no puede ser- el militar, el explorador o el aviador, sino que su mito lo encarnan hoy el arqueólogo y su pariente el paleontólogo, empeñados en traspasar esa última frontera que es el pasado, la historia y la prehistoria de las que brotan, para nuestro alborozo, tesoros y monstruos.
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