Intercambio de soledades
Internet es la gran reserva espiritual de la economía de trueque. Con paciencia y mucho desgaste de teclado,
un internauta puede conseguir la hazaña de cambiar una llave inglesa por una casa. Después de un millón de operaciones, eso sí. Y si de casas se habla, la última moda en intercambio en la Red es habitación por sexo. El anuncio, detectado con la abundancia de un virus informático en España, Estados Unidos, Francia e Italia, lo dice casi todo: "Alquilo habitación a cambio de prestaciones sexuales". La propiedad todavía está excluida, pero todo se andará. El caso
es que el trueque viene en ayuda de personas cuyas rentas no les permite disponer de un piso; un ajuste insólito y seguramente eficaz de un mercado inmobiliario que nunca ha sido compasivo con las rentas más bajas.
La hospedería sexual liberará recursos hacia el consumo,
lo cual no parece poca ventaja en tiempos de desaceleración económica.
Pero tiene mucho más interés lo que permanece fuera de pantalla. Se adivinan encuentros nerviosos entre arrendador y arrendatario, muchas decepciones, una negociación exhaustiva sobre cuántas y de qué tipo serán las "prestaciones sexuales", sobre el grado de compromiso que implican o complican,
si hay derecho a cocina, baño y calefacción, la oscura complicidad que se establece al discutir "cómo nos presentaremos" a los amigos y el excitante "¿cuándo empezamos?" que siempre tiene algo de inauguración vital. En fin, todas las zozobras de una aventura menor, más aventura cuanto más jóvenes sean los contratantes.
La palabra maldita en este juego es prostitución. Inevitable, porque alguien paga con actos sexuales un arrendamiento; nada hay que lo distinga, en términos mercantiles, del intercambio venéreo por dinero. Aunque no sea exactamente lo mismo. También es distinto del codificado chateo para ligar, donde se juega con las cartas de las personalidades múltiples. El hospedaje sexual equivale a una declaración recóndita entre las partes contratantes, incluso un desvalimiento vital momentáneo que plantea soluciones desinhibidas, envueltas en el celofán de la utilidad. Malos tiempos.
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