¿Seré ministro?
Felipe González había ganado, y este hombre, el que llamaba por teléfono, quería saber de su porvenir. Llamó al periódico:
-¿Sabes si seré ministro? -le preguntó a un redactor.
El redactor le dijo:
-¿Y cómo lo íbamos a saber?
-Es que no me llama ni Dios.
Dios le llamó más tarde. Y le hizo ministro. Lo supimos porque lo dijo Dios: "He hecho ministro a este señor".
En aquella ocasión, 1982, había uno que ya tenía aspecto de ministro. Javier Solana. Se había hecho comiendo bocadillos en las redacciones, y los periodistas éramos su mundo.
Iba a ser ministro, eso lo sabía todo el mundo. Y lo supo él, no hacía falta que le llamara Dios. Cuando lo supo, él mismo llamó a un periodista:
-Me van a hacer ministro. Así que ahora, disculpa, unas cosas serán como fueron y otras tendrán que cambiar.
Cambiaron las cosas, no todas, pero Solana había aprendido el protocolo parlamentario en Inglaterra y por ahí, así que distinguía muy bien que una cosa es pertenecer al Consejo, y otra, pertenecer a la parroquia.
Solana protagoniza una anécdota que vale un capítulo entero de un libro de estilo... del periodista y del ministro. Ya nombrado para dirigir la Cultura, le fue a entrevistar un redactor de RNE. El periodista se sintió autorizado a preguntarle:
-Javier, ¿en esta entrevista te trato de usted o de tú?
Y Solana le respondió al periodista sin romper la compostura:
-Tráteme usted como quiera.
De los ministros actuales se sabía que iban a serlo (en estos casos, a seguir siéndolo) por su modo de sonreír. Al de Cultura, César Antonio Molina, lo vi el jueves de la semana pasada en el Ritz con la presidenta de la Academia de Cine, Ángeles González-Sinde. Un hombre que sonreía como aquél no podía estar poseído por la incertidumbre de la caída. Y lo mismo me pasó con Bermejo, de Justicia, a quien vi ese mediodía. Le preguntamos, y dijo: "Será lo que tenga que ser", y se puso a hablar de fútbol. Uno que va a caer no habla de fútbol.
Pero en el interregno llamó uno, o una, al periódico. "¿Tú crees que seré...?", y parecía que era otra vez 1982. Pero cuando quien telefoneaba ahora colgó su incertidumbre, ya Zapatero había llamado a los diecisiete y su nombre no figuró en la agenda. -
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