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Columna
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La piel de los días

El 2 de junio de 1932 se fue la luz en un domicilio de la calle Alfonso XII de Madrid. La poeta Concha Méndez tropezó con una estufa eléctrica. Se produjo primero una llamarada y después estalló la oscuridad. También la oscuridad estalla cuando llega de golpe, como las guerras y las bombas. Manuel Altolaguirre y Serafín, amante por aquellos días de Luis Cernuda, se pusieron manos a la obra, intentando arreglar los plomos. Federico García Lorca tardó poco en declararse inútil, no servía para las cosas prácticas, siempre lograba estropear del todo aquello que procuraba recomponer. Federico no ayuda, pero acompaña. Toma la guitarra, canta y entretiene a sus amigos. Cernuda no se inmuta, parece que no está dispuesto a ensuciarse las manos ni a deteriorar su traje. Con mal humor, le comenta a Carlos Morla, el dueño de la casa, que odia a todo el mundo, y Carlos Morla piensa que cada uno es como es, que los defectos también forman parte de la personalidad de los amigos y que es bueno quererlos como son.

Carlos Morla Lynch, diplomático chileno, vivió en España entre 1928 y 1939. Su casa se convirtió en un lugar de cita frecuente para sus amigos, entre los que se contaban los poetas más importantes de la generación del 27. Hubo otras direcciones para la amistad y los sueños literarios, como la de María Teresa León y Rafael Alberti en la calle Marqués de Riscal, o como la Casa de las Flores de Pablo Neruda, en el barrio de Argüelles. Pero Carlos Morla mantuvo la costumbre de escribir en un diario las anécdotas que iba viviendo, las conversaciones en las que participaba, las historias de confianzas y recelos, confesiones y malentendidos, esfuerzos e inquietudes, éxitos y fracasos, que van formando las redes de la amistad, la literatura y la vida cotidiana. Un primera versión de este diario se publicó en los años 50, y Morla lo título En España con Federico García Lorca, porque el poeta granadino ocupaba un lugar muy destacado en las complicidades artísticas y sentimentales del cónsul chileno y porque la muerte cruel del amigo invitaba a la lealtad del recuerdo y a llevar con orgullo su nombre a la cubierta de los libros. El libro se ha publicado de nuevo en la editorial sevillana Renacimiento, con el añadido de algunos párrafos que habían quedado en la oscuridad por culpa de diversas censuras. Entretenido, ilustrador, emocionante, merece la pena leer este testimonio humano de una historia de España que pasó de la luz al horror de las tinieblas debido a un apagón militar.

El lector de En España con Federico encontrará la vida cotidiana de un tiempo que suele recordarse por los grandes títulos y por las fechas solemnes. El diario recoge el paso de los días, la historia pegada a la piel de las horas, las mañanas y los atardeceres que hay por debajo de una obra maestra de la literatura o de un acontecimiento político. Los episodios nacionales y los versos nacen en un ritmo humilde, consuetudinario, familiar, en el que palpitan los rumores, las ilusiones, los deseos, las llamadas de teléfono, las citas para acudir a un mitin o para ver una película. Es un lujo romper la costra de las fechas y llegar a la piel de los días a través de Carlos Morla Lynch, un buen hombre, amigo de sus amigos, un republicano que abrió las puertas de la embajada chilena en Madrid para acoger durante la guerra civil a políticos de la derecha en dificultades y que después de la derrota salvó a personajes republicanos perseguidos por los vencedores. El diario demuestra, al hablar de Alberti o de Azaña, la capacidad de vida, de comprensión, de tolerancia que se respiraba antes de que la muerte pasara por la historia de España. Se trata de un nuevo acierto de la editorial Renacimiento, que está rescatando muchos título decisivos para lleguemos a entendernos.

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