Un Gobierno de vacas flacas
El Gobierno formado por Zapatero tras su investidura ha recibido como envenenado regalo de bautismo una nueva rebaja de las estimaciones ya pesimistas sobre la economía española en los próximos años. Durante la anterior legislatura, la estrategia de crispación atizada por el PP quedó suavizada por los buenos datos sobre empleo, afiliación a la Seguridad Social, reducción de la deuda pública, superávit presupuestario y tasas de crecimiento; sólo el déficit exterior por cuenta corriente, el diferencial de inflación con Europa y el peso excesivo de la construcción de viviendas afeaban el balance. En el último trimestre de 2007, sin embargo, empezaron a ser perceptibles las consecuencias para la economía española de la crisis financiera desatada durante el verano por las hipotecas subprime en Estados Unidos.
Zapatero se compromete a conciliar las medidas contra la crisis y las políticas sociales
No existe ya duda, en cualquier caso, de que la segunda legislatura de Zapatero será -cuando menos en sus dos primeros años- un bíblico período de vacas flacas; el frenazo en la industria de la construcción afecta ya a un importante sector productivo, laboral y empresarial. Las principales incógnitas a despejar son la duración y la profundidad de esa etapa de ayuno y cilicio. Aparte de la regularidad -constatada empíricamente- de los ciclos económicos, las fases ascendentes y descendentes de los movimientos ondulatorios no responden a patrones rígidos que permitan siempre recetar los mismos remedios a los enfermos y calcular su periodo de convalecencia.
En su discurso de investidura, Zapatero limitó los efectos del "periodo de desaceleración" económica a la primera mitad de la legislatura. Pero la caída de las tasas de crecimiento, el aumento de la inflación, los cierres empresariales y la destrucción de empleo son función de variables que resultan, en buena parte, de imposible control por un solo Estado. En los momentos de auge de la economía mundial, los Gobiernos suelen sentir la tentación de colgarse medallas y reclamar la autoría de una prosperidad llovida del cielo con el mismo derecho que podría tener un corcho mecido en la cresta de las olas a presumir de su potencia para elevar el nivel de las aguas; a la inversa, sería no sólo injusto sino también absurdo culpar al Ejecutivo de Zapatero -como hizo ridículamente el PP durante la campaña electoral- de las réplicas de un movimiento sísmico iniciado en Estados Unidos. La globalización de la economía es la causa de que el origen último de las crisis transmitidas a todas las regiones del planeta -como "el efecto mariposa" de los naturalistas- pueda localizarse en un remoto lugar. Por lo demás, las decisiones vinculantes adoptadas por las autoridades comunitarias de Bruselas y de Frankfurt reducen el ámbito de autonomía de España como socio de la Unión Europea.
Durante la temporada de vacas gordas de la anterior legislatura, el PP se limitó a ignorar o menospreciar la bonanza económica reinante bajo el primer Gobierno de Zapatero como un mero efecto inercial de los milagrosos mandatos de Aznar; el Gobierno deberá irse preparando a que la oposición niegue el pan y la sal a sus medidas anticíclicas, financiables en parte con el superávit presupuestario conseguido gracias a la victoria de las hormigas capitaneadas por el vicepresidente Solbes frente a las cigarras partidarias de aumentar el gasto público.
Pero seguramente los mayores problemas del nuevo Gobierno surgirán a la hora de cumplir el compromiso asumido por Zapatero de "no sacrificar las políticas sociales ni abdicar del afán de progreso social" de su programa. Los que recibirán una atención especial mientras la economía española crezca poco -subrayó el presidente del Gobierno durante el debate de investidura- serán los desempleados, los pensionistas, los discapacitados y las víctimas de la violencia.
Para ese difícil ejercicio circense sobre el alambre nada sería más peligroso que los conflictos personales en el seno del Gobierno sobre las líneas políticas a seguir y las medidas a aplicar. En ese sentido, la generalizada impresión de que el vicepresidente Solbes (cuya contribución al triunfo socialista del 9-M como número dos de la lista por Madrid fue decisiva al apagar el farol de Manuel Pizarro en un debate televisivo que modificó las expectativas electorales) y el nuevo ministro de Industria, Comercio y Turismo, Miguel Sebastián (otro prestigioso economista, aunque derrotado y manteado quijotescamente en su primera incursión ante las urnas en las municipales de 2007) emiten en distinta frecuencia no podrá deshacerse con rotundos desmentidos oficiales cuyo contraproducente efecto es confirmar los temores o los deseos -según cuales sean las perspectivas de los oyentes- sobre la existencia de esas discrepancias actuales o potenciales. En la vida política, la apariencia y la realidad están separadas por fronteras demasiado borrosas como para no extremar al máximo -incluido el presidente del Gobierno- el mundo de las formas.
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