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Política líquida

La sequía, además de hacernos dar cuenta que la aparente paz hidrológica no era más que un armisticio, nos recuerda que la política, si sirve para algo, es para tratar de encauzar problemas colectivos. La falta de suministro de agua de boca garantizado para los próximos meses ha demostrado, una vez más, que hay personas y territorios con intereses, valores e identidades no sólo diferentes, sino abiertamente en conflicto. El reto para la política, en este caso, viene además complicado por la necesidad de tomar decisiones acertadas en un marco de incertidumbre notable, ya que no sabemos cuándo ni cuánto lloverá, ni sabemos si el actual régimen de lluvias será la excepción o la regla. Tampoco sabemos qué impactos ecológicos concretos tendría un posible trasvase en los ríos y deltas afectados, y desconocemos también cual sería la capacidad de resistencia de una metrópoli como Barcelona sometida a cortes frecuentes de agua.

Hay que buscar la forma en que el debate científico y el social se relacionen en un marco de sensatez

Las incertidumbres que no pueden ser controladas y los conflictos distributivos y de valores, constituyen el marco frecuente para las políticas que deben hacer frente a los riesgos ambientales. Funtowicz y Ravetz postulan que, en contextos como los mencionados, con una elevada incertidumbre y una alta relevancia práctica de las decisiones, el papel de los expertos debe resituarse. La "verdad" no será revelada por un comité de expertos (del tipo de los que deciden si un artículo puede ser o no publicado en una revista científica de prestigio), sino por una "comunidad ampliada de expertos", de la que también forman parte el conjunto de actores sociales con un interés legítimo en el problema. En otras palabras, el nivel de riesgo asumible, y cómo se distribuye entre la población y el territorio, es una cuestión política, no científica, y por tanto la discusión y las decisiones deberían poder producirse, en un plano de igualdad, entre los expertos científicos y las personas y colectivos concernidos.

Sin embargo, lo cierto es que esa "comunidad ampliada de expertos" se mueve en un escenario, que podríamos denominar la "polis", que acaba siendo bastante más complejo e imprevisible que el comité de evaluación de una revista científica. Examinemos, por ejemplo, el comportamiento de los partidos: CiU ha ido transitando del trasvase del Ródano al del Ebro, pero ahora en está en contra del trasvase del Segre. Puede parecer incoherente, pero en un caso trataban aparentemente de garantizar el suministro de agua a Barcelona, en otro de asegurarse el espaldarazo del PP para la construcción del sincrotón en Cataluña, y en el tercero, de no ser tomados por el pito del sereno. Por su parte, ICV ha estado en contra de los trasvases del Ródano y del Ebro (cuando el problema era un modelo económico productivista basado en el hormigón y los campos de golf) y ha propuesto la captación temporal del Segre (cuando el problema se ha enmarcado en términos de emergencia nacional). Por el contrario, el PP ha estado en contra del trasvase del Ródano (cuando Aznar definió la cuestión como un problema de soberanía nacional), a favor del del Ebro (cuando se trataba de desarrollo económico y solidaridad interterritorial) y en contra del del Segre (cuando la cuestión ha sido mostrar las incongruencias del gobierno de izquierdas). No creemos que se trate necesariamente de una cuestión de cortedad de miras o de mala fe. En política los problemas son líquidos. Las definiciones no son compartidas ni definitivas, y no siempre se construyen en torno a la cuestión sustantiva que se está debatiendo. No obstante, es obvio que no ha abundado el buen hacer para tratar de distinguir el grano sustantivo de las pajas complementarias. Nos faltaba, en este sentido, la guinda de Zapatero el martes guiñando un ojo a Durán Lleida con el tema del Ródano, ante la mirada alucinada de la ministra en funciones Narbona y su "Plan Agua", que parte de fundamentos muy distintos al que simboliza la opción francesa.

En el campo de la sociedad civil reemerge la coalición que, bajo el liderazgo de la Fundación de la Nueva Cultura del Agua, relaciona el discurso de la sostenibilidad con la reivindicación del río como referencia territorial, más allá de su valor como recurso. En este contexto, conviene destacar la potencia simbólica que han alcanzado los ríos como señal de identidad, y las resistencias que generan los trasvases cuando muchos agricultores se han caracterizado por una fácil aceptación de otras "maldades" de la modernidad (desde el uso masivo de pesticidas, a un sistema económico que los relega casi a la insignificancia). Bauman sugiere que se ha impuesto una visión fatalista del progreso, que ha pasado de ser "una promesa de felicidad duradera y compartida", a devenir "una especie de juego de las sillas infinito e ininterrumpido en qué cualquier momento de distracción tiene como consecuencia una derrota irreversible y una exclusión irrevocable". Por su parte, Roger Strand apunta que, en un contexto de transformaciones globales que parecen llevarnos a un futuro indeseable, algunos cambios se convierten en relevantes precisamente porque parecen evitables. Para otros procesos tanto o más importantes ya es demasiado tarde o nunca ha habido nada que hacer. En cambio, el trasvase se resuelve en la arena local y simboliza el último bastión que no debe caer.

A estas complicaciones se suma que, en la "polis", los actores se comportan de forma estratégica, y si de lo que se trata es de vencer, la humildad y el reconocimiento de la legitimidad del otro no suelen ser de demasiada ayuda. Aparentar seguridad en los propios argumentos, apropiarse del "interés general", y una actitud beligerante suelen dar más rendimiento para encontrar aliados e imponer la propia definición del problema. No es fácil conseguir que en el formato actual de los debates públicos en la arena política, sea posible deliberar sobre incertidumbres y valores, interpretar la complejidad de la información científica, y llegar a acuerdos. Lo que acaba sucediendo, finalmente, es que en el debate sobre política hidrológica predomina una cierta sensación de campi qui pugui. Para enmendarlo, hace falta mejorar la comprensión sobre lo que está en juego y sobre quién gana y quién pierde qué en cada alternativa, dentro de los difíciles límites que marcan las grandes incertidumbres sobre el futuro. Y para esto, no estaría mal prestar una cierta atención a la "comunidad ampliada de expertos", y buscar la forma en que el debate científico y el debate social puedan relacionarse en un marco de sensatez. Difícil, pero no imposible.

Jaume Blasco y Joan Subirats son investigadores del Instituto de Gobierno y Políticas Públicas de la UAB

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