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Reportaje:

El 'hippy' que quiso ser punk

Un documental de Julian Temple retrata las turbulencias intelectuales y las dudas artísticas del músico Joe Strummer, fundador de The Clash

Diego A. Manrique

El leitmotiv de Vida y muerte de un cantante: Joe Strummer son las hogueras. En diferentes localizaciones se encienden vistosas fogatas nocturnas; alrededor, amigos y amantes de Strummer comparten sus memorias, mientras suena una exquisita selección radiofónica del difunto.

Éstas no son hogueras apocalípticas, de supervivientes. Son hogueras contraculturales, donde una gente da la espalda a las luces de la ciudad y examina añejas revoluciones. Son, vamos a decirlo, hogueras hippies donde se fuma, se canta y se cuentan historias. El realizador, Julian Temple, argumenta que Strummer alcanzó la paz interior en sus últimos años, cuando encabezaba los Mescaleros, banda de impacto modesto. Hay que verle acampando en el festival de Glastonbury, feliz de estar haciendo lo mismo que los primeros pobladores de la isla 2.000 años atrás. De repente, este hombre de familia muere de una inadvertida deficiencia cardiaca.

Así terminaba una vida de impostura. Joe Strummer era en realidad John Mellor, hijo de diplomático y educado en un colegio privado. El seudónimo, con su nombre corriente y su apellido proletario (strummer significa rasgueador, de oficio tocador de guitarra), indica la voluntad de desclasamiento, la atracción por el mito del itinerante trovador comprometido, a lo Woody Guthrie. Joe trabajó en un cementerio y en lo que se terciara, hasta que entendió que era más cómodo cobrar el paro e instalarse de okupa.

Strummer se subió al tren del pub rock pero, como ese convoy apenas se movía, saltó al del punk rock, que llevaba una velocidad vertiginosa. De The 101'ers pasó a The Clash, abjurando de las actitudes hippies y practicando una demagogia que, sabemos, no le dejaba dormir tranquilo. Además, solía perder el control. Terminó a golpes con Mick Jones, despidió sin contemplaciones a Topper Headon... y luego reveló que era un yonqui. Headon pasó el mal trago de escuchar su Rock the casbah tocado por otro baterista, aunque Strummer también recibiría un golpe brutal al ver, durante la primera guerra del Golfo, cómo cargaban en un avión una bomba que llevaba esa inscripción (la canción sigue siendo favorita de las emisoras militares inglesas y estadounidenses en Irak).

Igualmente, Strummer parece el responsable de volver a llamar a Bernie Rhodes, representante megalómano que todavía asegura ser el inventor de The Clash (y del punk en general). Las declaraciones seleccionadas por Temple sonrojan. Se escuda en la relación de Joe con el cine para colar algunos delirios: como Martin Scorsese asegurando que la energía de Toro Salvaje deriva de The Clash.

Por el contrario, quedan muchos enigmas. Poco antes de morir, Strummer y Jones se reúnen y tocan temas de The Clash. Típicamente, no ocurre en un evento de la industria, como su ingreso en el Rock & Roll Hall of Fame, sino en el concierto de apoyo a unos bomberos en huelga. ¿Habría resistido Strummer la millonaria presión para volver a girar? Con otro grupo, no importaría. Pero The Clash era diferente.

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