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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

La llaman 'madame' Josefine

Su historia se esparce como una leyenda entre el hermético mundo de la prostitución de la calle de Robadors. Se llama Josefine, es congoleña y, dicen los que saben, es la mejor de todas.

No es una prostituta como las demás. Quienes la conocen aseguran que tiene una coquetería innata y que, a diferencia de las nigerianas del callejón, Josefine susurra al hablar y es de modales refinados. Su blanca y cuidada dentadura, que aflora cada vez que sonríe, cautiva tanto al cliente como escucharla en alguno de los ocho idiomas que habla: inglés, francés, castellano, portugués y cuatro lenguas nativas del Congo. Por ello, la llaman madame Josefine.

Nunca se la verá esperando al cliente recargada en una pared de la calle como hacen las prostitutas de Nigeria, su categoría de madame le permite tener una clientela fija que la visita en un bar de la calle de Robadors, donde atiende a 20 clientes por día. Los hombres que vierten sus deseos en esas impetuosas caderas son básicamente empresarios alemanes, españoles y diplomáticos africanos que viven en Barcelona.

Al igual que otras compañeras congoleñas, Josefine trabaja de manera independiente y la mayor parte de sus ganancias se las queda ella, situación muy distinta a la que tienen las jóvenes nigerianas que entregan casi todo su dinero a los chulos, quienes las sacaron con engaños de África para explotarlas en Europa.

Josefine, en cambio, vino por su cuenta a este continente para convertirse en esclava sexual del mismo hombre europeo que, por siglos, esclavizó a su pueblo. Hoy, mañana y después de mañana estará en aquel bar del Raval llenando de goce a los varones ansiosos que llegan preguntando: "¿Está madame Josefine?". Ella los calmará con la infinita habilidad angelical y orgásmica que, dicen, tiene, para después encontrar el refugio en algún amigo africano a quien pueda confesar sus penas y contarle que trabajó primero en Francia y luego en un burdel en Bélgica del que se largó cuando un hombre le metió un balazo a una amiga prostituta, razón por la que huyó a Barcelona. Le contará también que desea trabajar sólo 10 años más en esta profesión, para retirarse a vivir en el Congo junto a sus hijos, a quienes dejó al cuidado de la abuela.

Mientras confiesa su vida, quizá le enseñe a ese amigo una fotografía de la casa que construyó para su familia con el dinero que ha hecho en Europa, porque Josefine gana alrededor de 5.000 euros al mes, suficiente para dar una vida millonaria en África. Ella en Barcelona vive en un modesto piso del Barri Gòtic.

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Dicen los que la conocen que su casa en el Congo es un palacete de estilo neoclásico, como suelen ser las casas de la clase alta en su país. Josefine siempre vivió en la miseria, pero sabe reproducir los cánones de la burguesía de la ex colonia, por eso camina con garbo imitando a la mujer francesa. Esas y otras sutilezas de sus modales las reconocen sus paisanos africanos: "Las congoleñas tienen elegancia al caminar. Las nigerianas son altivas y caminan de manera prepotente, pero sin elegancia, hablan gritando y tienen el semblante rudo, mientras que las congoleñas susurran al hablar y tienen brillo en los ojos".

-¿Me presentarás a madame Josefine?

-Algún día quizá.

Se dice de esta enigmática mujer que es bondadosa y paga las cuentas de sus amigos si los invita a un restaurante, que le gusta cultivarse y visitar de cuando en cuando la biblioteca del Antic Hospital y busca un buen marido africano para regresar bien casada a su país, porque allá nadie sabe que se dedica a la prostitución. Se rumorea que es tan guapa que roba el aliento y, aunque muchas hay que se llaman Josefine, en la calle de Robadors sólo existe una que es madame.

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