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Columna
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Conciencia de cultura

El alcalde de San Sebastián anunció hace unos días la candidatura de esa ciudad a convertirse, en 2016, en capital cultural europea. Yo he recibido el proyecto como una buena noticia, como alimento y fundamento no sólo de inversiones, sino y sobre todo de reflexiones, atenciones y cambios necesarios. Porque una simple lectura de las condiciones y esfuerzos que se le piden a una ciudad que aspira a convertirse en capital cultural pone enseguida de manifiesto la idea de Cultura que tienen y entienden desarrollar las autoridades competentes de la Unión Europea. Una idea que en lo sustancial comparto y que creo que puede resumirse en creatividad, debate, acción y participación ciudadanas, colaboración y mestizaje no sólo de espacios sino también de tiempos: un trenzarse las culturas europeas (en lo que tienen de singular y también de común) con las culturas del mundo; un conjugarse la memoria con el presente y el futuro, la Historia con las historias de la actualidad.

San Sebastián deberá afianzar esa segunda columna creativa, si quiere convertirse en capital cultural europea

San Sebastián posee importantes infraestructuras culturales, extendidas además por toda la ciudad; cuenta también con una larga y consistente tradición de eventos y festivales reconocidos internacionalmente. Ese patrimonio material y de experiencia constituye un pilar atractivo y firme donde puede tranquilamente apoyar su candidatura. Pero entiendo que hace falta más, un segundo pilar donde se acabe de sustentar, de cimentar con garantías, el complejo edificio de esa capitalidad europea. Es en esa segunda columna donde creo que hay que situar ingredientes de cultura tan fundamentales, tan definitorios, como la creación propia, el debate de ideas, la acción-participación ciudadana; la innovación en las propuestas y en los objetivos que con ellas se persiguen. Y si en la vida y la política culturales de San Sebastián la primera columna es firme, de piedra; esta segunda es, en mi opinión, mucho más blanda. Está hecha de arena y se la puede llevar por delante, como la ciudad se descuide y la descuide, la marea que sin duda va a suponer la competencia de las otras ciudades candidatas.

Esa blandura va a tener que remediarla. Y es ahí donde creo que el proyecto resulta más estimulante y más útil para San Sebastián (y para el conjunto de Euskadi). Porque fortalecer ese segundo pilar va no sólo a permitirle sino a exigirle a la ciudad un gran movimiento intelectual y material en favor de una definición de Cultura que priorice la creación y no se conforme, como hasta ahora, con la mera difusión de obras o eventos mayormente importados. Y que aliente la recepción activa por parte de un público realmente participante y no sólo asistente; un público valorado y no sólo contabilizado. Y que revele e interprete el constante diálogo entre la ética y la estética. Y que incorpore a las políticas culturales la noción de imaginación, es decir, de ruptura o rechazo de dinámicas automatizadas, cronificadas (dicho sea en el sentido más patológico del término).

San Sebastián deberá afianzar esa segunda columna creativa, activa e imaginativa, si quiere convertirse en capital cultural europea. Sinceramente, creo que puede hacerlo. Cuenta con medios, gente, tradición suficiente. Le basta -como en la ya legendaria frase de André Malraux- con convertir su experiencia cultural en conciencia de Cultura.

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