La banalización del Aberri Eguna
El Aberri Eguna -Día de la Patria Vasca- es una celebración con fuerza para el nacionalismo vasco. El primero de ellos se celebró en 1932. Se organizó como fiesta reivindicativa para celebrar las bodas de oro del nacionalismo vasco, que hasta entonces carecía de un Día de la Patria, a diferencia del catalanismo, que celebraba la Díada desde 1886, o del galleguismo, que organizaba el Día de la Patria Gallega desde 1919. La celebración de este día es un ritual imprescindible. A través de él, el PNV se define como la organización que es "mucho más que un partido". Construye el imaginario de sociedad vasca y asocia las virtudes que le adornan a las que posee la comunidad vasca. Por eso, la celebración es una fiesta, pero, a la vez, es más que una fiesta. En ella se hace visible que la política está al servicio de altos ideales que se confunden con las características más apreciadas de la comunidad de los vascos y con el programa máximo del nacionalismo. Ese día se exhiben con convencimiento los signos y símbolos que permiten entrever quiénes y cómo son los nacionalistas. El ritual aglutina y cohesiona a los miembros de la comunidad, les permite identificarse y reconocerse, a la vez que indican a todos los que no son la importancia y la fuerza de los que son.
Dentro del universo nacionalista, la competencia por el valor del espacio propio lo inunda todo
Al Aberri Eguna le pasa como a todos los valores que parecían enternos e irrenunciables
El franquismo encierra la jornada en la prohibición hasta 1975. Son los años donde la celebración es interna. En la sociedad del silencio recordar es un acto de voluntad y de asentimiento personal. Cuando se puede, el acto se celebra en el interior del hogar y con los amigos, en pequeñas reuniones, o, pasados los primeros años del franquismo, en manifestaciones prohibidas. Cuando llegan los albores de la democracia, el Aberri Eguna es un hito, la memoria y el símbolo que queda en el recuerdo de muchos ciudadanos vascos de aquello que pudo haber sido y no fue. La fiesta emerge con fuerza en la democracia y se transforma en un canto a la esperanza compartido por nacionalistas y no nacionalistas.
En los primeros años de la transición, la llamada a celebrar el Domingo de Resurrección trasciende siglas y particularismos y está un poco más allá de los horizontes políticos de cada cual. Pero, a partir de 1979, y poco a poco, el Aberri Eguna vuelve a ser la celebración de los nacionalistas. El PSE deja de acudir a ella a partir de 1979, mientras que a la derecha que representó primero AP y después el PP nunca le interesó.
En los últimos treinta años ocurren algunos hechos que truncan la refundación de la unidad que quiso representar esta fecha. El primero es la consolidación democrática. La democracia rutiniza lo que habían sido momentos de exaltación y todo vuelve poco a poco a su lugar. Este tiempo hace nacionalistas a los nacionalistas, socialistas a los socialistas, de derechas a los de derechas. Progresivamente, primero pierde el carácter unitario, después deja de ser multitudinario y, por fin, vuelve a los orígenes, a ser la fiesta de los nacionalistas. En este período, éstos tampoco están sólo representados por el PNV. Éste sufre la escisión y de ella nace EA. La izquierda abertzale da origen a Batasuna y a un largo listado de siglas que se suceden unas a otras para representar casi siempre lo mismo. La reciente aparición de Aralar, procedente de una escisión del mundo de Batasuna, completa el panorama político vasco, tan rico y prolífico en organizaciones nacionalistas. En estos momentos, ya ninguno de ellos necesita estrictamente las alusiones al Aberri Eguna para celebrar su identidad política.
Al final del período de la transición, y transcurrida las décadas de los ochenta, noventa y lo que llevamos del nuevo siglo XXI, la consolidación de la democracia recoloca todo, lo hace más fácil, menos siniestro, quita carga dramática y simbólica a la celebración, pero no restaura el principio de unidad ni la unanimidad sobre cuál es la fiesta de todos los vascos, ni tampoco eliminar los dramas que han encogido el alma de esta comunidad. ETA lo recuerda con su presencia macabra y los conflictos políticos siguen encerrando en su cofre una parte sustancial de la naturaleza política que tanto se reivindicó en la historia del Aberri Eguna. Es como si los discursos y las identidades políticas no hubiesen podido desprenderse de los estigmas de la división entre nacionalistas y no nacionalistas. Pero, dentro del universo nacionalista, la competencia por el valor del espacio propio lo inunda todo. El PNV compite con EA, ésta con el PNV, Aralar con EA y PNV, los peneuvistas con Aralar y Batasuna con todos los demás. De los partidos que están fuera de este espectro político, nunca más se supo. Sencillamente, el Aberri Eguna no es su día ni su fiesta.
La secularización intensa y acelerada de la sociedad vasca ha hecho el resto. La Semana Santa ha pasado de ser el patrimonio de la democracia a serlo de la vacación y la banalidad del descanso obligatorio. Es como si los ciudadanos hubiesen descubierto que, además de vascos, son propietarios de segundas residencias, les gusta viajar y acordarse de su patria cuando están lejos.
En sociedades desarrolladas, la vacación es un disolvente poderoso incluso de los símbolos más preciados y de las manifestaciones más queridas, o al menos casi todos creemos que nada es tan grave como para que no pueda esperar al regreso del descanso de cada cual.
Al Aberri Eguna le pasa como a todos los valores que parecían eternos e irrenunciables; deben pugnar con la secularización de la Semana Santa, con la exposición al espectáculo de la vacación y con la rutina de la democracia. Formar parte del mundo actual es vivir impregnados de compromisos tenues. El presente no huye de estas tendencias, simplemente las padece. La enseñanza es relevante. No es la confrontación la que resitúa símbolos queridos, sino el movimiento de la historia y los procesos que la atraviesan ¿Quién nos iba a decir que el enemigo más encarnizado de la celebración multitudinaria del Domingo de Resurrección iban a ser la secularización de las costumbres, la democracia consolidada y la banalización de la vacación y el tiempo libre? Claro está que contra esto, ¿quién puede y, sobre todo, quién se opone?
Ander Gurrutxaga Abad es catedrático de Sociología de la Universidad del País Vasco (UPV).
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