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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

La mona del señor Massana

Hace poco, tuve la fortuna de ser invitado a una visita por los intrincados vericuetos de la escuela Massana. Para quienes aún no conozcan el lugar, decirles que está situado en el antiguo sanatorio de la Santa Creu, en la calle del Hospital; transformado -con en el correr de los años- en un dédalo de pasillos, escaleras, salas, salitas y salones, donde reina un delicioso caos con aroma a pintura. Talleres de fundición y aulas de cerámica o esmalte, en cuyas paredes todavía están escritos los números de las camas, de cuando eran pabellones para enfermos incurables. Fuentes medievales para lavar vendajes o una soberbia estancia dedicada al dibujo al natural, que no desmerecería en cualquier película de época. Por un momento, uno cree que -de detrás de la modelo en cueros- saldrá Toulouse-Lautrec de un armario y saludará al respetable, muy digno, levantando su bombín. Todo un universo de rincones y pasadizos -de puertas cerradas y cuartos contiguos interminables- que parece tener los días contados, al quedar dentro de los planes de ampliación de la Biblioteca de Cataluña.

Mientras se ultiman los proyectos y se diseña su futura sede en la vecina plaza de la Garduña, la escuela Massana conserva una curiosa relación con la Semana Santa. Verán, esta institución fue fundada en 1929 por Agustí Massana Pujol, un rico pastelero que, al morir, legó una parte de su dinero a la noble causa de dar instrucción a los hijos de obreros. El señor Agustí -homenot digno de un Josep Pla- fue uno de aquellos burgueses que creían a pies juntillas en el poder de la instrucción; y que, dotado de un fino sentido estético, llegó a reunir una valiosa biblioteca, destacando como uno de los mecenas más activo de su tiempo.

Desde su tienda, situada en el número 14 de la calle de Fernando (dedicada de tapadillo al despótico Fernando VII), revolucionó el negocio de los dulces, aprovechando que se encontraba en el lugar donde -a mediados del siglo XIX- se concentraban las mejores joyerías, sastrerías y perfumerías de Barcelona. De aquellos oropeles, en la actualidad todavía es visible el aristocrático cartel -negro y oro- que, a la altura del primer piso, en la esquina con la calle del Vidre, reza: "Casa Massana, fundada en 1835. Comestibles finos, importación directa de las primeras marcas mundiales. Alimentos concentrados para régimen. Laboratorios de confitería y pastelería. Bombonería selecta, objetos para regalo". No obstante, la fortuna de este emprendedor comerciante fue debida a una simple y peculiar intuición.

Hasta entonces, cada Lunes de Pascua era tradicional que los padrinos regalasen monas (del latín monus, huevos cocidos dentro de un pan) a sus ahijados. Tratándose de un postre con tan poco glamour, Agustí Massana decidió mejorarlo con un huevo de chocolate y el éxito fue inmediato. A partir de ese día -cuando llegaban estas fiestas- se formaban unos tumultos considerables, de niños con las narices pegadas al escaparate. Por aquel aparador fue desfilando la historia de la ciudad, bañada en chocolate puro, en forma de muñecos caricaturescos de políticos y personajes célebres. Incluso se llegaron a hacer con la cabeza oscilante -conocidos como síseñores-; o en cuyo interior se escondía un regalo, verdadero antecedente de los kinder sorpresa.

Aquella idea se transformó en costumbre popular y en estas fechas sólo hay que darse una vuelta por las pastelerías para comprobar su vigor. Lo que muchos no sabrán es que esas figuras de chocolate sirvieron para financiar uno de los centros artísticos más importantes de la ciudad, hoy a punto para la mudanza.

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