"Una no se pone a escribir pensando en las ventas"
Con toda probabilidad, si al siniestro caníbal aquel de Rottemburgo le hubieran hablado de un sabroso dedo humano metido en un minúsculo ataúd, el muy vicioso se habría relamido de gustirrinín, que para gustos no hay colores, ni sabores. Pero dejemos la antropofagia para los terribles sueños de la realidad, circunscribamos los dedos que viajan en ataúdes a las inofensivas páginas de la ficción -por ejemplo, el muy inquietante novelón Los crímenes del número primo, de Reyes Calderón (RBA Editores)- y despachémonos como Dios manda estas alcachofitas con foie que se acercan a bordo de la bandeja diciendo "comedme". El humo asciende hacia los nostálgicos techos de La Perla (hotel y abrevadero de Hemingway en Pamplona, hoy lujosamente reconvertido en posadón de cinco estrellas) y la invitada mira de reojo con leve gesto de desgana y susurra: "Yo es que soy de poco comer". Y encima, añade: "Vino, yo no tomo".
Novelista y asesora de instituciones internacionales, es madre de nueve hijos
Reyes Calderón come poco y bebe menos, pero lo que es escribir, se sale. Se sale de extensión (480 páginas de vellón), se sale de imaginación y, qué cosas, se sale de ventas: Los crímenes del número primo, una especie de El nombre de la rosa ambientado en el monasterio navarro de Leyre (aunque su Pello Urrutia no se parezca mucho al hermano Berengario de Umberto Eco), desfilan ya por el apetecible guarismo de 20.000 ejemplares vendidos.
"Hombre, sí, la cosa va bien, pero una no se pone a pensar y a escribir una novela pensando en las cifras de ventas, sino en la historia que quiere contar", explica la muy prudente Reyes Calderón, alguien que, por otra parte, encierra tras su impertérrito rictus ciertas posibilidades de tormentas interiores. Pero quién es el guapo al que no se le desencadenan a veces...
No dice la escritora todo lo que sabe, faltaría más en una autora de thriller, aunque en esta ocasión el thriller esté íntimamente relacionado con las matemáticas y la Iglesia, mundos tan parecidos como una palangana y un ornitorrinco.
Se calla Reyes Calderón como el enano mudito de Blancanieves cuando se le pregunta por la nuez moscada, elemento crucial de su novela. "¡Hay que tener cuidado con la nuez moscada, puede resultar fatal!". Tampoco el periodista-comensal dirá más: traicionar la esencia de una novela sobre crímenes misteriosos y clérigos sombríos no está permitido en la buena mesa, a la que ya llega, por cierto, el cordero al chilindrón, bocado celestial, himno gastronómico con soniquete a jota navarra. Pero sin nuez moscada. Menos mal.
"¡Madre mía, qué horror, nos hemos pasado!", repite con la sonrisa en la boca la novelista-profesora-doctora-vicedecana-articulista-conferenciante-experta. Han leído bien. Reyes Calderón, escritora en sus ratos libres (¿o es al revés?), es madre de nueve hijos, nueve, da clases de Economía en la Universidad de Navarra, donde es vicedecana en la Facultad de Empresariales. También es asesora de varias instituciones internacionales para temas de anticorrupción y buen gobierno. Habla invariablemente de literatura, de cine, de arte, de economía, de la nuez moscada y de la vida en general. Casi perfecta. Casi: dice que nainas al chupito de pacharán. Por Dios.
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