Vergüenza en Alicante
Al hilo del artículo Vergüenza en Alicante, de Ian Gibson, he recordado a mi abuelo materno, Ramón Alberola Such, abogado, que era católico y monárquico y fue desterrado manu militari de Alicante por haber irrumpido el 11 de mayo de 1931 en el despacho del gobernador militar para protestar enérgicamente por la pasividad de las autoridades de la República ante la quema de iglesias y conventos.
Durante la guerra, en Madrid con toda su familia y arruinado, fue hecho prisionero en la cárcel Modelo, donde se salvó por los pelos de la masacre del 22 de agosto de 1936 que los milicianos ejecutaron en el patio de la prisión, arrojándose al suelo tras un pilón.
Acabada la guerra, el ministro de Gobernación de Franco, Blas Pérez, vino en persona a su desvalijada casa de Madrid, a ofrecerle el puesto de gobernador civil de Alicante, pensando quizá que un represaliado por la República desearía encabezar la represión en Alicante. Mi abuelo, que sabía bien a qué tipo de tareas se le convocaba, declinó el ofrecimiento y renunció a una carrera en la dictadura franquista.
Nunca más le llamaron para nada, pues no quiso mancharse las manos de sangre y hacer a sus conciudadanos nada parecido a lo que le habían hecho a él. El Juzgado de Protección de Menores de Madrid fue el lugar donde, calladamente y hasta su jubilación, con un enorme afecto por los más pequeños, aplicó sus conocimientos de hombre de leyes y su solidaridad cristiana.
Creo que mi abuelo, que era de derechas, pero de otra urdimbre moral que la de los que hoy escatiman un trato digno al recuerdo de las víctimas del franquismo, hubiese apoyado el memorial que bloquea hoy la derecha alicantina.
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