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Columna
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La segunda llegada

La poesía también puede involucrarse en el mundo que nos rodea y azuzar en nuestras conciencias los presentimientos que nos atormentan. El poeta irlandés W. B. Yeats (1865-1939) escribió un poema titulado The Second Coming, justo después de catástrofes como la Primera Guerra Mundial o la Revolución soviética (sin olvidar la amenaza de guerra civil que se cernía sobre su país, Irlanda). Muchos años después de aquellas catástrofes, ese poema se ha convertido en un equívoco emblema de la guerra de Irak, nuestra última -pero no única- gran catástrofe. Quienes se han adueñado de algunas de sus más inquietantes alusiones han ignorado al mismo tiempo la profecía máxima que augura ese poema. Y es que The Second Coming es dos cosas al mismo tiempo: la primera parte, la utilizada por The Brookings Institution de Washington o por el demócrata Jim McDermott al pedir cuentas a Bush así como por internautas lanzados al comentario en la red, se centra en un diagnóstico pavoroso: "Todo se desmorona", "El centro ya no puede sostenerse", "Se extiende la marea teñida de sangre", "Los mejores han perdido sus convicciones", "Los peores están llenos de una apasionada intensidad". Pero existe una segunda parte de ese poema que alude a un segundo nacimiento que, sin duda, sustituirá al primero, al de Cristo mismo, y esa segunda llegada, que ocurrirá también en Belén, tiene unos evidentes tintes apocalípticos, ajenos a cualquier sentido de la redención política que pudiera estar detrás del sentido último de la guerra. La bestia que vendrá, la segunda llamada que nos amenaza en el poema, es, sin más, la destrucción absoluta de nuestra civilización. Ese Mal entraña el valor simbólico de sustituir a la figura de Cristo, no ajena probablemente, en la visión de Yeats (que no era cristiano), al estado caótico de cosas que le llevó a concebir esa premonición. La civilización cristiana, en esa visión, ha alentado y justificado demasiados desastres como para que no sea ajena a esa segunda llegada que la abolirá, aunque no sea para que llegue otra mejor en su lugar.

Sin embargo, y tal vez consciente de esa proyección de pesadilla -pero la guerra de Irak es una total y absoluta pesadilla y los muertos se multiplican día tras día-, Yeats escribió a continuación de The Second Coming un poema algo más esperanzador titulado Oración para mi hija. Esa recién nacida entonces -hacia 1919- tenía derecho a otro mundo menos desolador. Por eso Yeats concibió en él un cierto forcejeo más humano y menos fatalista en el que tuvieran lugar la preservación de los mejores valores, que para él encarnaban palabras como costumbre, ceremonia e inocencia. Ecos, sin duda, de un cierto tradicionalismo conservador pero también de una cierta confianza en el hombre y en sus más altos y esforzados logros. Sí, diríamos nosotros: la sangre nos anega pero nuestras mejores convicciones no desfallecen. Alguien debe escribir pronto ese poema como anuncio de otra necesaria y más luminosa llegada. En él los valores de los mejores no desertarán de su responsabilidad de impedir que las bestias, la del terrorismo salvaje y la de la guerra cruel que lo prolonga y alienta, se conviertan en la definitiva llegada de la que hablaba el aterrado y aterrador poema de Yeats. -

Ángel Rupérez es autor de Antología esencial de la poesía inglesa (Espasa) y de Lírica inglesa del siglo XIX (Homo Legens).

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