El nuevo fallero policromático
Fallas y tendencias parecen términos enfrentados. Moda y tradición, conceptos antagónicos. Intentar contemporanizar las fiestas josefinas, misión imposible. Pero la moda del blusón se ha desatado de los férreos correajes del conservadurismo y los convencionalismos en cuanto al color preconizando una (mini) revolución estética. Del total-black a los azules, rojos, amarillos, y magenta para los más atrevidos en sus infinitos matices y estampaciones. Aviso a falleros fashionistas: estas fiestas se lleva el blusón vichy en blanco y azul. Todo un best-seller. Y para los más arcaicos, el blusón negro de toda la vida acompañado del pañuelo de cuadros de rigor. Y es que la cultura fallera es la cultura del casticismo. Esta prenda que utilizan los falleros y falleras (aunque éstas de forma ilegítima ya que la Junta Central Fallera la considera una prenda masculina y prohíbe su uso por las mujeres en los actos oficiales como se apunta en el apartado 2 del artículo 64 del Capítulo II "De la Indumentaria". Pues eso) actualmente, tiene un origen británico. Ironía del casticismo. Surgió en el siglo XIX con el fin de evitar que los obreros de las fábricas se ensuciasen la ropa. De las industrias inglesas saltó al continente y fue adoptada por los campesinos españoles en general y por el huertano valenciano en particular. El uso diario del blusón en Valencia convirtió pronto esta prenda en típica de las fiestas falleras. Se instituyó en el chándal o casual-wear festero ante los trajes instaurados por el IV Congreso General Fallero en una sobredosis de ingenio tradicionalista. El color en el blusón fallero, un fenómeno relativamente reciente, surge como respuesta a las reglas del estricto monocromatismo impuestas por una conservadora organización, pero al mismo tiempo el impacto cromático no deja de ocultar el sentimiento nacionalista-de-casal y el deseo de inventar nichos cada vez más parcelados. El blusón como DNI.
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