Trasiego errático del ornato público
Hitos y adornos sufren en la ciudad continuos traslados sin explicación
Mientras las gentes en Madrid saben que su ciudad es la tierra de todos, muchas actuaciones administrativas, municipales o estatales parecen invitar a pensar que más bien se trata de la tierra de nadie. En ocasiones, la ciudad resulta irreconocible después de alguna intervención del Consistorio o de las juntas municipales sobre el patrimonio inmobiliario o los elementos de ornamentación que decoran el espacio público. Éstos se ven obligados a bailar una danza que los recoloca, descoloca o disloca de tal manera que alteran la estética y la función de identificación que desempeñaban en el tejido de la ciudad. Pocas veces el cambio mejora la situación precedente. Y casi nunca ayuda a crearse una imagen estable de Madrid.
La verja que ciñó la Cibeles cerca hoy al Escuadrón y la Banda Municipal
El sepulcro de Beatriz Galindo viajó de Velázquez hasta Cantoblanco
Así, la verja de hierro forjado que durante medio siglo XX circundó la fuente de Cibeles tras su recolocación en el centro de la plaza, se encuentra hoy jalonando el recinto donde se alojan el Escuadrón y la Banda de Música municipales, junto al arranque de la carretera de Castilla, en las inmediaciones de la M-30 y el río Manzanares. La verja está descuidada y oxidada, pese a su evidente valor testimonial.
A 500 metros en línea recta de este recinto, la puerta del hospital de La Latina, joya del gótico tardío madrileño, fue instalada en 1959 en el acceso a la Escuela Técnica Superior de Arquitectura, tras haber sido desplazada del céntrico caserón que, durante siglos, ocupó el viejo establecimiento sanitario en la calle de Toledo, regentado por monjas jerónimas.
El sepulcro que acogió los despojos de Beatriz Galindo, conocida como La Latina, consejera áulica de Isabel de Castilla y patrocinadora de aquél hospital, ha ido a parar a un convento de ladrillo de construcción relativamente reciente, junto a la Universidad Autónoma de Cantoblanco.
Y ello, manteniendo un cenotafio bellísimo emparejado con el de su marido, el artillero Ramírez de Madrid, en la antigua capilla del Museo Municipal en la calle de Fuencarral, 78. Los restos de la pensadora salmantina, adoptada por Madrid, llegaron a Cantoblanco tras viajar desde una convento, hoy destruido, donde se construyó el Edificio Beatriz, junto a la calle de Velázquez. Precisamente, en una manzana ajardinada de la calle de Velázquez esquina a Juan Bravo que ocupa la Embajada de Italia, el antiguo palacio de los marqueses de Amboage, la mitad de su verja metálica procede de un derruido palacio de la Castellana, el de Montellano. La verja, reciclada, sirvió para cercar la ampliación de la misión diplomática, acometida a comienzos de la década de los años sesenta.
No lejos de este palacio otro edificio palaciego de noble porte, coronado por diez angelotes, putti, de fachada blasonada, que remata uno de los extremos de la plaza del Marqués de Salamanca, en el número 2, constituye uno de los pocos casos de traslado piedra a piedra de un edificio en el interior de Madrid. Se trata del palacio del vizconde de Escoriaza, denominado antes Hotel de Roma, que había sido inicialmente construido para la familia de la duquesa de Sevillano en la calle del Caballero de Gracia, 33 y que, con los derribos para abrir la Gran Vía en el arranque del siglo XX, fue desplazado para ser reedificada su fachada por Enrique Pfitz. Hoy se puede admirar junto a la calle del Príncipe de Vergara.
También en esta misma calle, durante el franquismo llamada del General Mola, fue escenario de otro nombrado trasplante, en aquel caso de árboles. Unos 120 plátanos de sombra que jalonaban su bulevar fueron desenraizados de allí. Las protestas vecinales obligaron al alcalde Arias Navarro a decidir replantarlos en el parque de Berlín, cerca del área de Pradillo. Una década después, sólo mantenía su vigor uno de cada diez de aquellos árboles.
El caso canónico de las recolocaciones urbanas fue, en este caso por decisión regia, el desperdigamiento de las esculturas de reyes de España labradas para coronar el Palacio Real hacia enclaves tan lejanos como el del paseo burgalés del Espolón - trenzado por los ramajes de plátanos- o madrileños como el Paseo de las Estatuas del parque del Retiro o la plaza de Oriente.
Por cierto, muy cerca de esta plaza otra mudanza de envergadura fue la que hizo transitar todo el patrimonio artístico que albergaba el palacio del valido Manuel de Godoy, en la plaza de la Marina Española, hasta el Ministerio de Marina, en el paseo del Prado, hoy Cuartel General de la Armada, que conserva íntegro el despacho de aquel valido que se autodenominó príncipe de la Paz.
Otra variante de los movedizos dislates: la estatuaria. La costosa fuente de Eolo, en principio iba a ser instalada sobre la glorieta de Cuatro Caminos, opción denegada por sobreexceso de peso. Se quiso enviarla a una plaza de Vicálvaro, sin éxito. Hoy permanece varada en la Casa de Campo. La estatua dedicada al pueblo de Madrid el Dos de Mayo, en Ferraz, ocupa un enclave inapropiado y la de Quevedo vagó sin descanso durante años. No hay criterio.
Varios organismos oficiales entendían sobre el patrimonio mueble e inmueble de Madrid y de su protección urbanística. En marzo de 2007 se creó la Comisión de Calidad Urbana. De años atrás databa la Comisión Institucional de Patrimonio Histórico, Artístico y Natural. Pese a contar con presencia de arquitectos y urbanistas, todas acaban acogotadas, ya que dos de sus principales integrantes, Ayuntamiento y Gobierno regional, son en ellas jueces y partes de sus propios actos. Los madrileños averiguan sus decisiones cuando son ya irreversibles.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.