Icono de la modernidad
Los británicos The Cure reúnen en Madrid a 15.000 seguidores entregados
Marta, una chica madrileña de 27 años que dice no recordar la última vez que vistió con algo que no fuera blanco o negro, define a la entrada del Palacio de los Deportes lo que representa The Cure en su vida: "The Cure son ganas de encerrarme a solas en mi habitación para escucharlos, y aprenderme las letras de memoria". Hace una pausa y continúa: "Y luego escribir versos sueltos en los márgenes de los libros, o en cualquier papel que tenga a mano". Unos metros más allá, Luis Auserón, ex Radio Futura, todo de oscuro y con un mechón rubio sobre la frente, no puede parar quieto: "Es uno de los días más importantes de mi vida. Siempre que han venido a tocar he tenido bolo. Seguro que voy a llorar". Ambiente de concierto grande.
Pero ¿qué rayos pasa para que un grupo que hace cuatro años que no edita disco, que no suena en la radio y que tiene como religión evitar a la prensa agote las 15.000 entradas con tres meses de antelación? Una hipótesis: que se ha convertido en la banda más influyente para todo el pop alternativo actual. Y goza de la máxima autoridad en este terreno. The Cure 2008 ya no es exclusividad del sector gótico, es un grupo que marca tendencia. Es, en definitiva, una banda clásica, como Bowie o U2. Métete en el salón de estos grupos actuales (Interpol, Placebo, Cold Play, News) y saca de su colección de discos los de The Cure. Menguará ostensiblemente. Y no es casual que en esta gira prescindan, algo insólito en su carrera, de un elemento esencial en la música del grupo británico: el teclado, protagonista principal para crear las atmósferas de su faceta siniestra. El grupo se entrega pues al repertorio pop, a lo esencial (guitarra, voz y batería), a la sumisión a ese instrumento de seis cuerdas que define el pop indie que ahora tanto le venera.
En el mismo escenario donde hace cinco días El Barrio convocó a su público periférico con su rancio flamenquito-pop, se alzó esta vez el icono de la modernidad. A Robert Smith, que cumplirá 49 años el próximo abril, se le ha quedado un cuerpo que podría ser el resultado de una simbiosis entre Eduardo Manostijeras y Meat Loaf. Conserva su cardado de mechones desperdigados, y el volumen de su cuerpo parece enfofarse a cada minuto. Salió siguiendo su norma, todo de negro. Agarrado a una guitarra que apenas dejaría en todo el concierto, se entregó a tumba abierta a los clásicos de su repertorio: Picture of you, Friday I'm in love, Just like heaven, In between days... El escenario era austero, la iluminación sombría, la voz de Robert, escandalosamente vital. El cantante se ha marcado un objetivo: mantenerse erguido en el escenario durante 180 minutos. Y advierte: "Cuando no pueda dar un concierto de tres horas será el momento de sentarme a escribir bandas sonoras". Con espectáculos así, no hay prisa, tío.
Babelia
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