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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Presidente Rouco

Los obispos españoles no quisieron reelegir a Blázquez, al que le faltó el apoyo de Roma

Los obispos españoles han elegido a Antonio María Rouco Varela, titular de la diócesis de Madrid, como presidente de la Conferencia Episcopal. Rouco competía con Ricardo Blázquez, representante del sector no integrista del episcopado, al que sólo ha superado por dos votos y que ha obtenido un amplio respaldo como vicepresidente. La elección del arzobispo de Madrid ha roto la costumbre de conceder dos mandatos a cada presidente de la Conferencia. El motivo principal de este cambio habría que buscarlo en la actitud del Vaticano hacia Blázquez: en sus tres años de mandato como presidente, y también en abierto contraste con lo que venía siendo habitual, Benedicto XVI no lo ha incorporado al colegio de cardenales. Puesto que el Papa sabía de antemano lo que se jugaba la Iglesia española en esta elección, cabe interpretar que el resultado cuenta con su simpatía, seguramente acrecentada por la estrecha amistad que le une con Rouco Varela.

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El nuevo presidente de la Conferencia Episcopal, que ya ejerció el cargo entre 1999 y 2005, debería tomar conciencia de que, a partir de ahora, sus actos y declaraciones de naturaleza política no sólo comprometen a los obispos españoles, sino también a Roma, con la que España mantiene unos acuerdos de dudosa constitucionalidad desde 1979. Revestido con el título oficial de presidente de la Conferencia Episcopal, y apoyado por el Vaticano, iniciativas como las que Rouco ha llevado a cabo durante los últimos cuatro años afectarían a la relación entre dos Estados. La responsabilidad institucional que le ha conferido el resto de los obispos españoles debería traducirse en responsabilidad a secas, sea cual sea el Gobierno que salga de las elecciones del próximo 9 de marzo. La Conferencia presidida por Rouco no debería intentar prevalerse de la situación en el caso de que el Partido Popular llegase a formar Gobierno, como ya hizo durante la legislatura de 2000, ni tampoco debería continuar en la confrontación abierta si la victoria corresponde al Partido Socialista.

Los obispos españoles sabían que la elección de Rouco Varela sería recibida con recelo en amplios sectores de la sociedad española, incluidos muchos católicos, y de ahí que hayan tratado de enviar un mensaje apaciguador al mantener a Blázquez como vicepresidente. Se trata de un mensaje con escasa credibilidad: si algunos obispos, con Rouco Varela a la cabeza, no dudaron en desentenderse de la autoridad de Blázquez siendo el presidente de la Conferencia, no resulta verosímil que, como vicepresidente, vaya a gozar ahora de mayor respeto.

En cualquier caso, la práctica coincidencia de las elecciones a la presidencia de la Conferencia Episcopal con las generales del 9 de marzo permitirá un nuevo comienzo si la jerarquía eclesiástica recuperase el papel que nunca debió abandonar, y que tantos y tan importantes servicios prestó a la convivencia durante los años difíciles de la transición.

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