Malic en La Puntual
Desde el lejano día en que san José se traspasó la carpintería, los más pequeños han creído a pies juntillas que los muñecos de madera están vivos y hablan. Por eso, hoy me gustaría hablarles de una pequeña sala dedicada a los títeres que se esconde en Allada Vermell, ese cruce urbanístico entre plaza larga y calle ancha. Se trata de La Puntual, un nombre que evoca la tienda del señor Esteve, que aquí al lado tiene placa dedicada. Y que, como aquélla, también es un negocio familiar, al frente del cual están Eugenio y Néstor Navarro. Sin embargo, a diferencia del auca de Rusiñol, en este caso, tanto el padre como el hijo quieren dedicarse al teatro; un teatro chiquitín, que incluye las sombras chinescas y las marionetas de guante, de cachiporra y de hilo.
La Puntual es un espacio íntimo -apenas 60 personas de aforo- que se abre directamente a la calle, dando paso a una estrecha sala, habitada por unos minúsculos bancos de madera -como de escuela de párvulos-, dotados con cajones para dejar el abrigo o la mochila, y cuyas patas decrecen hasta formar una grada. A Eugenio Navarro le gusta decir: "Es un carromato como los que llevaba el mítico Ezequiel Didó, sólo que sin ruedas". Este espacio había sido el taller de la compañía La Fanfarra y el almacén del llorado teatro Malic, del que Eugenio fue uno de los socios fundadores. Hasta que -en 2002- el Malic cerró y obligó a sus propietarios a buscar nuevos horizontes. Mariona Masgrau y Pepe Otal -ambos fallecidos el año pasado- continuaron con sus respectivos talleres en Sants y en la calle de La Guardia. Toni Rumbau se convirtió en flamante director del festival de ópera de bolsillo. Y Eugenio -en 2005- abrió las puertas de La Puntual, "harto de las giras y de la vida nómada" (aunque esto me lo cuenta de vuelta de unos bolos en lugares tan exóticos como Nueva Delhi y Madrás).
Este titiritero explica: "En España no hay teatros dedicados en exclusiva a las marionetas, con compañía residente y repertorio propio. Aparte de los festivales, no hay circuito alguno. Y en Barcelona ni eso, pues no existe ni siquiera un festival". Y eso a pesar de la larga y rica tradición de esta ciudad, que ha contado con nombres de la talla de la familia Anglès, de Sebastià Vergés o de los hermanos Roca. Sin ir muy lejos, en estos momentos la colección de muñecos de Mariona Masgrau está expuesta en la India, de donde irá a Singapur y a Pekín, para las Olimpiadas; y de allí a descansar de forma permanente en el nuevo teatro-museo de Tolosa. Por su parte, el soberbio taller de Pepe Otal parece tener garantizada su continuidad, como asociación y escuela para los profesionales dedicados a este género teatral.
Mientras tanto, Eugenio sigue al frente de una sala que intenta dar respuesta a la escasez de escenarios que sufre la ciudad en lo tocante a títeres. Lejos del tópico, de viernes a domingo, ofrece un teatro apto para todos los públicos. Hace poco reestrenó La historia de Li o Malic a Xina, un espectáculo que fue en su día de marionetas, hoy transformado en sombras chinescas, y al que han venido muchas familias con hijos adoptados en aquel país: "Algunos días sólo había niños chinos".
Dice Eugenio que, a pesar de que "hay padres que encuentran violento lo de la cachiporra", sus más estrictos críticos son los críos, "capaces de ver varias veces la misma obra y protestar si se produce el más leve cambio en la función". Pero -rara avis en este negocio- no se queja y abre las puertas de su local con una sonrisa. Y es que, como dijo alguien, las marionetas son algo imprescindible, aunque no sepamos para qué.
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