Los sitios de Girona
- Cuando Víctor Balaguer le puso nombre al Eixample, decidió que las calles que iban de mar a montaña fuesen dedicadas a personajes del país. Ese mismo año -1863- se edificaba la primera casa del Plan Cerdà, en la esquina de Consell de Cent con Roger de Llúria. Pero, pasado el héroe almogávar, a Balaguer se le debieron de acabar los homenajeados. Y como esto de la memoria histórica no es nada nuevo, decidió bautizar tres bulevares con nombres napoleónicos: Bruc, Bailén y Girona; este último en recuerdo de los sitios de 1808 y 1809, cuyo bicentenario se celebra este año.
- La calle de Girona nace junto a la estatua a Rafael Casanova y termina pasado el monumento a Narcís Monturiol. De un mártir del cerco de 1714 hostigado por el ejército borbónico a un visionario asediado por los acreedores. Del prohombre dolorido al soñador que inventa en el país equivocado. Técnica y patriotismo: un perfecto resumen de cómo se veía a sí misma la burguesía catalana.
- La de Girona fue una de las primeras calles del Eixample en urbanizarse, aunque hasta 1905 no se terminó el tramo entre Mallorca y Diagonal. Y durante años, sus aceras fueron el ejemplo más notorio del llamado "modernismo popular". Lejos de los fastos de otras calles del barrio, su colección de edificios son un compendio de cómo los promotores de la época supieron construir bonitos edificios sin arruinarse, como la Casa Granell o la Casa Francesc Cairó y sus cabezas de indios.
- Pero de este ensanche, más menestral y humilde, apenas quedan unos cuantos establecimientos, cuyo interior ha sufrido los embates de la modernidad. La excepción son dos colmados de postín: Queviures Serra y Queviures Betlem, de los más selectos de la ciudad. El horno Sarret -y sus braços, massinis y biscuits- o el bar Funicular, donde detuvieron a Puig Antich. Bien distintos a locales como el vetusto Café del Centre, prácticamente convertido en un plató de cine, o a otros viejos negocios de la zona que sólo conservan el escaparate, pues su interior ya no difiere de un moderno establecimiento. El caso más extremo es el de la panadería de la Concepció -y su "pan de lujo, pan de Castilla"-, cuya fachada da entrada a una empresa de riesgos laborales. En definitiva, un lugar donde nada es lo que parece, donde la historia se ha posado en el paisaje como una foto fija mientras la vida -de puertas adentro- sigue su constante transformación.
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