Elecciones libres
Y sin embargo, Llamazares, de forma involuntaria, quizás ha dado en el clavo
Es tal la alergia que suscitan palabras como privatización o liberal que lo mismo sirven para un roto que para un descosido. Los sindicatos vascos no abren la boca sin expectorar el término neoliberal. "Neoliberal" ha dejado de ser una palabra: se ha convertido en una onomatopeya lingüística, un carraspeo laríngeo, un chisporroteo mental. Es imposible escuchar a un sindicalista vasco sin que el Leviatán liberal eleve su zarpa amenazante por alguna esquina del discurso.
Sólo hay algo peor que decirse liberal: llevar esto a la praxis. Es entonces cuando asoman, allá a lo lejos, en lontananza, las privatizaciones. Poco importa que la mayoría de las veces tales privatizaciones sean imaginarias: los gobiernos, atemorizados, deben jurar por escrito que no privatizarán ni una brizna de hierba. En fin, nada se privatiza, pero los aguafiestas aseguran que todo se va a privatizar. Seguro que usan la fórmula en casa, con los niños pequeños: "comételo todo, nene, que si no viene el coco y te va a privatizar".
La polisemia privatizadora ha llegado a la campaña electoral. Los partidos minoritarios no han digerido el debate que enfrentó el pasado lunes a Zapatero y Rajoy. Fue Gaspar Llamazares quien articuló la crítica en torno a la palabra mágica. A Llamazares el debate a dos le pareció una "privatización de la política". Se quiere llevar a tal punto el horror a lo privado que las piruetas metafóricas llegan a estos absurdos: "privatizar" la política. Y sin embargo, Llamazares, de forma involuntaria, quizás ha dado en el clavo. ¿No será la libertad política un espléndido ejemplo de privatización ideológica, filosófica y moral? La pluralidad de opciones genera, por definición, un libre mercado de ideas. A través del voto (que de tan privado llega a ser secreto) la ciudadanía muestra sus preferencias, a salvo de la coacción del poder público. Las elecciones, en la democracia representativa, son un modelo de libre competencia, y los partidos políticos (estructuras burocratizadas que a lo largo del año viven de los contribuyentes) se ven obligadas, siquiera en periodo electoral, a atenderlos con el mismo celo con que atienden a los consumidores las empresas de servicios.
Qué obsesión tiene el pensamiento dominante en denostar lo privado. Examino mi vida y es en el ámbito privado donde asoma lo mejor de sí misma. Privada es mi familia y privados son mis amigos. En el ámbito privado me dedico a mis placeres y aficiones. Pocas cosas concibo más privadas que leer, y si hago buenas acciones surgen de mi intimidad moral (desde luego no de la coacción del fisco). Si por mí fuera, intentaría privatizar una mayor parte de mi tiempo para dedicarlo a las cosas que me gustan y a las personas que quiero. A la mayoría lo que más nos ata al ámbito público es el trabajo, y no hay que precisar qué es lo que opina del trabajo cualquier persona cuerda. Por cierto, privados son también mis bienes y parece mentira que susurrar esta evidencia aún resulte problemático.
Cuando Llamazares traslada el término "privatización" al debate político constata una psicopatía de orden partidista, pero hay que verla de otro modo. Fidel Castro ha abdicado, tras una fugaz estancia de medio siglo en el poder, y el Parlamento cubano renueva los puestos del Consejo de Estado. Pues bien, Raúl Castro y Carlos Lage obtienen 609 votos de 609 posibles, y Machado Ventura 601 votos de 609 posibles. En esa degradante asamblea, todas las ideas políticas habían sido confiscadas. Urge que en Cuba cada persona vuelva a tener ideas propias. Urge una radical privatización de las conciencias.
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