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Dos toreros bisiestos

El desgarro de Morante triunfó en Vistalegre

Había dudas sobre si la obsesión de Morante con que le saliera ese toro era una quimera imposible o respondía a la realidad. Esa permanente insatisfacción ante lo que le salía por chiqueros comenzaba a parecer una excusa demasiado esgrimida en diferentes ocasiones por el de La Puebla del Río.

Mejores seguidores para verificarlo no pudo tener en la tarde de ayer, y su fidelidad tuvo el premio mayor que pudieran soñar: Morante toreó en Morante, al menos al sobrero que regaló a la parroquia. Aquello era de sueño, aunque sólo fuera por la derecha. Al fín Morante demostraba no ser un loco perseguidor de su propio sueño, si no que su toreo era una realidad tangible, llena de sentimiento y sabor toreros. El principio de faena al sexto de la tarde en lidia ordinaria también presagiaba algo parecido con los trincherazos que ejecutó, pero luego la cosa se fue para abajo de manera casi inexplicable, tornándose el toreo en aflicción. Había toreado también con gusto a su primero, aunque fallara a espadas.

Lo de El Pana es México en estado puro trasladado al toreo. Todas las virtudes y fallas de este pueblo parecen encarnarse en él. Su toreo es un continuo y dinámico diálogo con el toro, salpicado del variadísimo repertorio con muleta y capote del que gustan los toreros mexicanos. Y en medio de ellos un natural, como un tesoro, un estatuario quieto, quieto, o una serie de derechazos suaves como una caricia, como los que le dispensó al quinto de la tarde, un toro serio y boyante al que le hizo cosas muy bellas, pero masacró con el estoque.

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