La zarza ardiendo (de nuevo)
Sé que no me van a creer, pero el martes se me apareció Dios en el pasillo de mi casa y me reveló a quién tenía que votar. Se manifestó en forma de zarza ardiente, tal como se describe en Éxodo 3, 2, lo que me confirmó en mi idea de que no hay repertorio ilimitado. Les aseguro que impone lo suyo ver el fuego ahí en medio, sobre el parquet, con las llamas -rojo y gualda y morado: así eran, pese a quien pese- lamiendo las estanterías repletas de libros (sección novela en español) a las que me había acercado para buscar el nombre de cierto bar de Urbana que aparece en La velocidad de la luz, de Javier Cercas (Tusquets). Afortunadamente recordé que la zarza ardiente no quemaba, lo que calmó mi aprensión y rebajó considerablemente mi cálculo de posibles daños. En todo caso, los nervios me provocaron el olvido de buena parte de lo que me dijo y, sobre todo, su recomendación de voto, pero me queda la impresión de que la justificó con argumentos de gran estilo (como le gustaban al señor Benet). En un momento dado le pregunté si todavía podría modificar el resultado, pero me espetó en arameo "Mene, Tekel, Uparsín" (Daniel, 5, 25-29), añadiendo en romance que, a estas alturas, ni siquiera Él podía volver a meter la pasta de dientes en el tubo de dentífrico (es proverbial su inclinación a la metáfora). Luego charlamos sobre otros asuntos: me preguntó mi opinión acerca de que la señora Aguirre dispusiera ahora, además de una emisora de televisión (su "finca de recreo", me dijo que la había llamado Pradera, de quien es fan), de un diario en el que sus partidarios podían hablar "alto y claro". Le pregunté la suya acerca de Sabina, pero en eso no coincidimos. Luego hablamos de literatura centroeuropea. Le recomendé Los Buddenbrook en la nueva traducción de Isabel García Adánez (Edhasa), pero me respondió que ya lo había leído en alemán (un idioma muy apropiado para dirigirse a Dios) en 1901. Luego le informé (pero Él ya estaba al tanto) de que, tras siete años de espera y varios terremotos internos, Ediciones B se había decidido a publicar (cambiando de traductor) el tercer tomo de José y sus hermanos, también del señor Mann, y que esperaba que el último apareciera antes de 2015; mientras tanto, le dije, seguiré guardando la edición en cuatro tomitos de letra ilegible que publicó Guadarrama en 1977. Y, de repente, mi huésped se desvaneció en medio de una columna de humo, quedando el pasillo a oscuras. Como siempre sucede, las mejores preguntas se me ocurrieron después: sobre todo una acerca de la manía de los pintores de representar a Adán y Eva dotados de ombligo, lo que no resulta coherente. Al día siguiente, por cierto, comprobé con estupefacción que Eloí había tomado prestada (supongo) mi primera edición de Paradiso firmada por Lezama, que me había costado un Zaire. Este Jehová es increíble.
Con lo sencillo que es entrar en una librería y salir sólo con libros a su gusto y sin contagiarse de virus progres o reaccionarios
Nichos
Escucho un anuncio en la radio archiobispal (sí, a veces cedo a una locura culposa, como cuando entro clandestinamente en un Burger King a "comerme una leyenda", que es como llaman al Whopper) en el que, tras preguntar al oyente si está "cansado de la cultura progre", se le invita a afiliarse a un club de lectores en el que encontrará precisamente las obras "con los valores que usted defiende". Consulto la página web correspondiente para curiosear en la oferta redentora y, en efecto, ahí figuran obras de autores "seguros": de Victor Kravchenko, el que escogió la libertad, a Burke, Belloc, Maeztu o Menéndez y Pelayo, pasando por Pío Moa, Jiménez Losantos, Aznar y el resto de la abigarrada tropa pasada y presente, además de otras de autores políticamente más "neutros" (o incluso progresistas) que, sin embargo, no han molestado a los miembros del "equipo de asesores" (anónimos) que las han seleccionado para que los socios puedan "tener la certeza de que son buenos libros con buenas ideas". Por cierto que, en el mismo club, también se comercializan pegatinas a seis euros que invitan a "romper con Zapatero" el 9M. Ya ven, esto de vender libros se está poniendo tan difícil que los expertos en mercadotecnia se dedican a inventar nichos cada vez más parcelados, seleccionando y colocando el correspondiente marbete avalador a obras "con buenas ideas" que, por otra parte, ya están en las librerías al alcance de todo el mundo, y al lado, desde luego, de libros de autores de otras ideologías. Y sin censuras archiobispales ni comisariales. A mí lo de los nichos aplicado a los libros me toca los pies. En Estados Unidos se ha llegado a rizar el rizo: en algunas cadenas libreras no sólo hay secciones específicas dedicadas, por ejemplo, a literatura gay & lesbian (en una ocasión encontré en una los Diálogos de Platón y el Quijote), sino también a black gay & lesbian. Por ese camino podríamos seguir parcelando: buenos libros con buenas ideas monárquicas, buenos libros con buenas ideas monárquicas de autores vivos, buenos libros con buenas ideas monárquicas de autores vivos que sean obispos, etcétera. Con lo sencillo que es entrar en una librería y salir sólo con libros a su gusto y sin contagiarse de virus progres o reaccionarios.
Bombardeos
Una docena de libros publicados en los últimos años ha planteado de forma muy directa la ética de los bombardeos aliados sobre las ciudades alemanas durante la última (por ahora) gran carnicería. Uno de ellos, El incendio, de Jörg Friedrich (Taurus, 2003), provocó una enorme polémica cuando apareció, suscitando un debate reprimido durante mucho tiempo a causa del sentimiento de culpa de tres generaciones de alemanes. W. G. Sebald (1944-2001), uno de los más grandes prosistas europeos del último cuarto del siglo XX, planteó el asunto con valentía y profundidad en las dos conferencias incluidas en Sobre la historia natural de la destrucción (Anagrama, 2003), cuya lectura sigo recomendando. Incluso Churchill llegó a plantearse antes del fin de la Guerra si la destrucción de objetivos civiles a cargo de la RAF no había ido demasiado lejos, tal como ya antes había denunciado la Iglesia anglicana. Y, sin embargo, los planificados bombardeos sobre ciudades alemanas (más de 600.000 civiles muertos y 7,5 millones sin hogar) fueron sólo una parte de todos los que tuvieron lugar durante la Segunda Guerra Mundial. La muerte caía del cielo, del historiador militar Rolf-Dieter Müller (Destino), estudia los bombardeos sistemáticos que, desde Coventry y Londres o Hamburgo y Dresde (donde, al terminar la Guerra, se contaban 42,8 metros cúbicos de escombros por habitante), hasta Hiroshima y Nagasaki, sembraron el mundo de una destrucción inimaginable. Müller no sólo analiza con rigor la historia de esos bombardeos, sus estrategias y resultados, sino también el sufrimiento de la población civil y las tensiones que produjeron en los gobiernos respectivos. Un libro estremecedor y necesario. -
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