Una visión insólita
Curioso o no, este festival nunca había acometido en sus 11 anteriores ediciones la producción de un espectáculo propio. En esta su primera ocasión lo hace con una apuesta arriesgada, pues tanto en el formato como, sobre todo, en el repertorio cantaor se reivindica un Jerez que parece chocante a primera vista y que no se atiene al cliché habitual al incorporar estilos y cuadros decididamente novedosos a la hora de proclamar el grito que da nombre a la obra.
Ciertamente, no es común que una referencia a Jerez incluya el cante de la milonga, el tanguillo y los malagueños tangos del Piyayo o el baile de la zambra caracolera o de las alegrías más gaditanas. La presencia de estos estilos se justifica por el uso de un prisma histórico que otorga a la ciudad un doble papel de emisor y receptor, de lugar de encrucijada donde también han podido converger las tendencias y etapas que se han sucedido en la historia común del flamenco a la que han contribuido tantos jerezanos y con tantos matices. Puede ser discutible la selección o la estructuración del discurso, pero no cabe duda de que está sostenido con sólidos argumentos, sobre todo, artísticos.
¡Viva Jerez!
Baile: Angelita Gómez, María del Mar Moreno, Mercedes Ruiz, Miguel Téllez. Cante: Fernando Terremoto, Antonio Malena, Londro, Mateo Soleá, El Pescaílla. Guitarras: Santiago Lara, Pascual de Lorca, Manuel Valencia, Santiago Moreno.
Piano: José Zarzana. Percusión: Pedro Navarro. Palmas: Luis de la Tota. Dirección: Francisco López. Coreografía: Javier Latorre. Coordinación musical: Paco Cepero.
Teatro Villamarta, Jerez de la Frontera, 22 de febrero.
En esa misma configuración reside el reto escénico de la propuesta, pues los mimbres con que se construye son enteramente jerezanos y es con el arte de éstos con los que se moldea el producto final. Ello puede provocar que estilos como los mencionados cobren un color distinto, pero sobre todo la obra viene a mostrar una sorprendente vitalidad y capacidad de adaptación de unos artistas que saben dar voz a cantes que no le son propios y a una propuesta escénica que conjuga lo individual con lo coral y un marcado añadido dramático.
La mano de la dirección escénica y la coreográfica es en este sentido tan perceptible como acertada, por más que la obra se vaya a una duración excesiva. Dentro de ese largo metraje se incluyen, sin embargo, algunos elementos que aligeran la obra, como son el juego humorístico (el de la compañía en gira, por ejemplo) o las aportaciones individuales que, en muchos momentos, rayaron a gran altura.
El cante de Fernando Terremoto dejando las esencias jerezanas en los martinetes y en la soleá, el de Antonio de la Malena con la desgarrada seguiriya que bailaría María del Mar Moreno, El Londro y Mateo Soleá diversificando sus poderes o el arte personal de El Pescaílla escenificando el cante y baile por bulerías/burlerías.
Y en cuanto al baile, la gracia y clásica sencillez de la maestra Angelita Gómez, el descubrimiento de María del Mar Moreno en su desdoblamiento de cante y baile acuplesando a Chavela Vargas y, sobre todo, justo es decirlo, la explosión de la más joven del elenco, la bailaora local Mercedes Ruiz, que impresionó con una farruca a imagen de Carmen Amaya y arrasó con un luminoso baile por alegrías.
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