Cuando Barcelona era gris
Leyendo en este periódico hace unos días que Joan Herrera ha incluido en su programa electoral la petición de que se revisen los juicios de los años franquistas, me volvieron de repente a la memoria unos hechos que presencié y que me produjeron un profundo impacto cuando apenas llevaba unos meses trabajando como periodista, a mediados de los años sesenta. Acababa de terminar mis estudios de graduado en periodismo, y aún no sabía si iba a ser capaz de juntar dos palabras cuando me admitieron en la delegación de la agencia Europa Press de Barcelona para hacer prácticas. Al cabo de unos meses me contrataron como redactor.
En la agencia me dieron una vieja Pentax y me mandaron a entrevistar a Conchita Bautista, una estrella folclórica de la época. La agencia vendía mis torpes entrevistas y fotos a Lecturas. En otra ocasión me enviaron a seguir la Vuelta Ciclista a Cataluña, cosa que hice montado en el Seat 600 que pilotaba el bueno de Guitart. Guitart era fotógrafo de Europa Press en sus horas libres, pero su empleo fijo era de bombero. Había llevado a la agencia buenas fotos de incendios, y así consiguió colarse como pluriempleado en la empresa. Así era entonces este país. Además de un país de risa, era un país espantoso. Y contar lo espantoso que era nos estaba vedado a los periodistas.
En aquel entonces, Europa Press era una agencia de noticias muy progre. En Barcelona, Roger Jiménez era el redactor encargado de los asuntos conflictivos, sindicales y políticos. Cierto día, Roger Jiménez no pudo cubrir una noticia y me enviaron a mí. Había un juicio, y aunque la información no iba a poder publicarse en España, Europa Press la vendía al extranjero.
En mis recuerdos, la sala se encuentra situada en un edificio al final de La Rambla, frente a Colón. Hace muchos años y puedo estar confundido, pero sí recuerdo con claridad lo que pasó, esencialmente, en aquel juicio. Los acusados eran dos obreros, que según supe luego eran miembros de CC OO. Los testigos de la acusación, tres o cuatro agentes de la Policía Armada, los detestados grises. Los hechos, una manifestación obrera en Terrassa, y presunto lanzamiento de objetos contundentes contra los grises cuando aparecieron en escena para impedir la marcha.
Las manifestaciones estaban prohibidas, excepto las convocadas por el Gobierno de Franco, naturalmente. Así que para impedir que los obreros protestaran por la calle, la policía mandó numerosos efectivos. Según los testigos de la acusación, los acusados lanzaron piedras contra las fuerzas de la policía antes de que ésta cargara contra los manifestantes. Esas piedras alcanzaron a los agentes que actuaban como testigos, y les produjeron algunas heridas que no especificaron. El abogado defensor arguyó que, a eso de las ocho de la tarde de un día de invierno, y a una distancia de más de 300 metros, era imposible que nadie hubiese podido identificar a los agresores, y pidió la libre absolución de los acusados. El juez hizo caso omiso al defensor y declaró culpables a aquellos dos hombres. Me queda grabada en la memoria la expresión horrorizada de sus rostros al escuchar la sentencia. El juez les condenó a una pena de cuatro años de cárcel. Así funcionaban las cosas en aquellos años. Esta crónica no pudo publicarse en este país a mediados de los sesenta, pero me contaron que la BBC recogió la noticia en su programa en onda corta para España. Tres años después, me convertí en uno de los redactores que desde Londres contaban por radio esas noticias a los españoles insomnes. Este era un país insoportable, y en Barcelona el cielo, las casas y las gentes eran siempre de color gris.
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