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EL ESPECTADOR PERPLEJO | ELECCIONES 2008
Columna
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El caso del candidato desleído

Juan Cruz

Cuando empezó el debate del martes en Antena 3, el candidato Pizarro le repitió dos veces al candidato Solbes, que ahora es vicepresidente del Gobierno, que España va mal. "España va muy mal". Después, el candidato Pizarro, que por la mañana había conocido la pesada noticia de que era aún más multimillonario, se fue desliendo.

Mientras se desleía Manuel Pizarro, recordé un cuento de Juan Marsé, El caso del escritor desleído, que publicó este periódico hace una década. Llamé a Marsé. Me resumió la historia. Un escritor algo fatuo se había negado a asistir a un programa de televisión, pero al fin se presta porque se trata de un homenaje a Juan Carlos Onetti. Mientras está en la tele nota algo raro en su cuerpo, como si se estuviera diluyendo; y ya en la casa, se lo confirman su mujer y su hija: "Se te notaba borroso, desenfocado". Va a los médicos, se hace pruebas, incluso prueba su actividad sexual, por si ésta se ha hecho también borrosa, y todo le sale mal. Es irreversible, se está desliendo.

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Pizarro se enfrentó a un drama similar al que ocurre en la ficción de Marsé. El escritor me lo decía, mientras yo mismo veía ayer al ex presidente de Endesa en Cuatro, hablando con Concha García Campoy. Decía Marsé: "Sucumbió ante la prestancia de Solbes; ante ese rostro disminuido por la carencia de un ojo, la cara de Pizarro era más bien una mascarilla que no tuviera vida". Se parecía al escritor desleído. El candidato acudió a la tele con la gallardía de los jaleos que le han llevado a la política, y repitió la lección que le enseñaron como si el otro no existiera. Al final, se le fundió la bombilla y ayer por la mañana, en la tele, cuando habló del debate que le había enfrentado al tuerto de Economía y Hacienda (El tuerto es el rey, este es un drama escrito por Carlos Fuentes) parecía tratar de convencer a sus contertulios de que él había estado allí, incluso dijo: "Le pregunté por el ojo".

Pero, en el plató, antes de desleírse del todo, se le fue poniendo cara de alumno que desea que acabe el examen. Había respondido por el método Ohlendorf ("¿Es temprano? "Manzanas traigo") al maestro y terminó pidiéndole tregua, como si le pesara el jueves por la noche la indemnización a la que él mismo se había condenado.

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