Preparados para la venganza
Uno de los estrepitosos fracasos de Israel en la guerra contra Hezbolá, en el verano de 2006, reside en que Hasan Nasralá salvó el pellejo. Y aunque ningún país se hará responsable del atentado terrorista que puso fin a las crueles andanzas de Imad Mugniyah -como tampoco se reivindicó el asesinato en Malta, hace 12 años, del jefe de Yihad Islámica, Fathi Shikaki-, en el subconsciente israelí se asume sin reparos que el Mosad ejecutó el martes una obra maestra del espionaje. Es una cuestión baladí. Nasralá ha dictado sentencia y declarado culpable al Estado sionista. No conviene despreciar las amenazas del líder carismático chií. Acostumbra a cumplir su palabra. El Gobierno de Ehud Olmert lo sabe, y los mandos de las tropas internacionales desplegadas en el sur de Líbano tampoco deberían pasar por alto las palabras de guerra proferidas ayer por el veterano mandamás de Hezbolá.
Cunde la sensación en Israel, y sugerencias sobran, pese a la censura, de que en la sede del Mosad, muy cercana a Tel Aviv, se ha descorchado champán. La doctrina militar israelí se ancla en la disuasión ofrecida por el tremendo poderío de sus fuerzas armadas, en librar la guerra siempre fuera de sus fronteras y en el ojo por ojo: quien osa atacarles acaba pagándolo. Es sólo cuestión de tiempo. Cientos de judíos, israelíes o no, estadounidenses y franceses han muerto en ataques terroristas pergeñados por el venerado dirigente de origen palestino. Mugniyah, perseguido desde hace dos décadas, terminó sucumbiendo.
Sin embargo, del mismo modo que en Israel se celebra la muerte ejecutada en Damasco -el primer ministro Olmert previsiblemente aumentará su popularidad, como ya sucediera tras el ataque a unas instalaciones militares en Siria en septiembre-, otra convicción, nada halagüeña, reina entre los expertos políticos y militares hebreos. Tarde o temprano, habrá venganza.
Siria ha sido vejada, de nuevo, porque el atentado del martes acaeció en el corazón de su capital, a escasa distancia de la sede de sus servicios de inteligencia. Sobre Irán, acosada por sus supuestos programas de desarrollo de armas nucleares, no es necesario aplicar castigo alguno para soliviantar sus ánimos antisionistas. Y Hezbolá, que no encajaba un golpe similar desde el asesinato en 1992 de su secretario general, Abbas Musawi, ha sido humillada. La represalia de Hezbolá, siempre apoyada por Damasco y Teherán, llegará. En Israel o en cualquier lugar del mundo. Como la muerte de Mugniyah, también es cuestión de tiempo. Y como escribía ayer el analista Ben Caspit, cuando todos estos ingredientes se suman "Israel haría bien en preparar sus refugios".
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