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La precampaña electoral
Columna
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Una campaña de artistas

Cuando hasta Concha Velasco apoya al presidente Zapatero, es que Rajoy -ese característico de una zarzuela de postín de cintura para abajo-, tiene las elecciones perdidas. ¿Qué tendrá el presidente para contar con el apoyo videográfico de quienes se autotitulan (no sin cierta exageración en ocasiones) de artistas? Pues que no dice tonterías como las que Rajoy formula al asegurar que está "con los artistas que se levantan a las siete [no aclara si de la mañana o de la tarde] para dar de comer a sus hijos". Un argumento que no lo es, como todos los de Rajoy, porque ya me explicarán qué pasa si el artista de lo que sea no tiene hijos, se levanta a mediodía debido a que la noche anterior estaba inspirado o deja la cama a las siete de la mañana porque ha padecido una terrible noche de insomnio: en cualquiera de esas hipótesis, el pobre artista quedaría huérfano de un apoyo tan decisivo como el de Rajoy. Otra cosa es que el aspirante a presidente del próximo Gobierno cumpla su promesa, si procede, de plantar más de 300 árboles diarios echando mano de los artistas desafectos a modo de trabajos forzados para la comunidad por su mala cabeza, pero me temo que Sabina, por ejemplo, no esté por ese intercambio humanitario.

Dejando de lado esta clase de estupideces, las tonterías que se vienen diciendo a cuenta de la campaña electoral son cosa de poca monta comparadas con las que habrán de decirse, en un terreno donde el despropósito está trufado de una colección de promesas un tanto estrafalarias y no muy fáciles de cumplir, y en el que la estrategia no menciona para nada los problemas que sí preocupan a los ciudadanos, como es la cesta de la compra, la situación en la enseñanza (sin ir más lejos, ahora mismo las universidades valencianas sobreviven en precario gracias a la racanería política del Consell, como si se pudiera jugar a soldaditos a costa de descalabrar la enseñanza superior después de haber casi liquidado la escuela pública), el angustioso problema de la vivienda, el aumento del paro o la insidiosa inestabilidad del puesto de trabajo. No es imprescindible recordar el argumento del cuento de la lechera para detectar un cierto infantilismo en las declaraciones públicas de los candidatos a gobernarnos, con esa tediosa insistencia en argumentar, sí así puede decirse, las razones por las que no se debe votar al adversario en lugar de exponer de manera precisa las ventajas de hacerlo por los propios. Todo ocurre, hasta ahora, como si el electorado fuera el tonto al que conviene deslumbrar con fruslerías de feriante para venderle la cabra en lugar de ciudadanos responsables dispuestos a otorgar lo que queda de su confianza en programas políticos susceptibles de contribuir a resolver sus numerosos problemas.

Por lo demás, bueno será recordar que los socialistas ganaron por los pelos hace cuatro años y que ahora también pueden perder por los pelos, salvo que a George Bush se le ocurra como despedida de su particular Crida fallera invadir Irán. Unos pelos, en uno u otro caso, que no serán pelillos a la mar, porque lo cierto es que pone los pelos de punta que a la tropa movida por José María Aznar se le adjudique todavía un inquietante empate técnico en intención de voto respecto de los socialistas. Una expectativa que no se disuelve con talante sino con talento. Veremos.

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