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Columna
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Mal gusto

El pasado jueves, el mismo día en el que nos enteramos de que la Bolsa se volvía a dar otro batacazo descomunal, otra mala noticia apesadumbraba el alma patria: la alubia de Gernika está al borde de la extinción. Es cierto que hace años que no las como, pues ir el lunes al mercado de la villa del árbol sagrado y ver el precio al que están le induce a uno hacia la blasfemia. Pero hay que reconocer que todo lo que sientes tuyo y parte de nuestros ancestros, y del folklore de El Caserío y Mirentxu, te acaba doliendo más que el dinero que hayas podido perder en la Bolsa ese día. Lo patrio es así. La alubia de Gernika te duele como a Primo de Rivera le dolía España.

Noticias posteriores procedentes del área de agricultura de la Diputación nos garantizan que harán todo lo posible para que este desastre no se produzca. Y, ya que estamos en ello, que se preocupen porque no pase lo mismo con el perro pastor vasco y la gallina de la misma nacionalidad, pues, si miramos su origen, estos sí son de aquí y al fin y al cabo las alubias llegaron de las Indias, indiabak, como su nombre indica.

Me parece de mal gusto regalarle a Zapatero la 'makila' que volviera a poner de moda Monzón

Y, hablando de cuestiones procedentes de fuera, hay que pensar que si feo y malo es el racismo y la xenofobia casi tan malo es el mal gusto cuando tratamos el tema sin delicadeza. Cuando el señor Arias Cañete se pone hablar de la asistencia hospitalaria usada por inmigrantes o las excelencias de los camareros nacionales sobre los de la inmigración, a uno le parece tan feo como un cabeza rapada levantando el brazo a la romana. A uno, es decir, a mí, que me llamaron hasta la desesperación, previa a liarme a mamporros, andaluz fulero en la Vitoria de los años cincuenta, le sentó lo dicho por Cañete como un insulto. Y es que en estas cuestiones el buen gusto es fundamental, un buen gusto que no permita traslucir los perjuicios señoritingos que el comentario deslizaba: lo bien que tomábamos el café antes de que éstos llegaran. Qué feo.

Ya que hemos hablado de El Caserío y de Mirentxu me parece de mal gusto regalarle a Zapatero la makila vasca que volviera a poner de moda en el año 77, en la Marcha de la Libertad concretamente, nada menos que el desaparecido Telesforo Monzón, apóstol de la unidad abertzale y cabeza visible del proceso que acabara constituyendo HB.

El otrora aristócrata vergarés, que encabezó las listas electorales de HB, adornaba señorialmente su figura con una hermosa txapela, sostenía sus manos sobre la citada makila, y solía calzar unos magníficos zapatos ingleses de golf combinados en blanco y marrón, lo que le otorgaba aura de caudillo. Es como si en su día se le hubiera regalado a Gandhi un sable de oficial británico.¿Sabía Zapatero que desenfundando la empuñadura del bastón, hombre pacifista él, éste se convierte en estoque? Seguro que no lo sabía. Seguro que quienes se lo regalaron tampoco sabían que el bastón se volvió a poner de moda gracias a Monzón.

Para el descubrimiento de la makila vasca como sustitutivo de la espada véase la Historia de Vizcaya de Iturriza, donde se comenta cómo dicho palo con larga punta afilada apareció tras la prohibición de portar espada por el singular número de duelos que el juego, el vino o el baile producía entre sus aficionados a finales del XVII. Tuvo que ser todo un caudillo nostálgico del pasado el que la volviera a poner de moda en el siglo XX.

Y es que nuestros políticos han perdido el buen gusto. Ya no es cuestión de pedirles cultura o que sepan algo de política; nos conformamos con algo de gusto. Es una pena la extinción de la alubia de Gernika.

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