Un día más de colapso en Urgencias
50 pacientes en camas y sillones saturan los pasillos del hospital La Paz - El centro alega que es un problema puntual y los sanitarios lo niegan
Martes. Seis de la tarde. Medio centenar de pacientes descansa en los pasillos de las urgencias de traumatología y del hospital general de La Paz. Sus camas se alinean como piezas de tetris. A su lado pasean enfermeros, médicos y otros pacientes. El ajetreo es brutal. El descanso, imposible. Los fluorescentes del techo nunca se apagan. Ni siquiera por la noche. El que duerme lo hace de puro abatimiento. Huele a enfermedad. Los pacientes están poco aseados. Llevan dos, cinco y más días en el pasillo. Se escuchan lamentos. Hay quien no puede ni hablar. Alzan la vista lentamente y lanzan miradas de auxilio. Una anciana se levanta con torpeza junto a su cama para estirar las piernas. No se da cuenta de que tiene el camisón desabrochado por detrás. El cartel de completo no se cuelga. Las ambulancias siguen llegando.
La situación no es nueva ni exagerada. Pasa día tras día, aseguran varios profesionales del servicio. También el sindicato UGT, que maneja cifras significativas. En lo que va de año, la media es de casi 19 pacientes diarios en los pasillos de Urgencias del hospital general de La Paz, con momentos punta como el de ayer, en el que había 43. A ellas se sumaban otras siete en las urgencias de traumatología. Una portavoz del hospital quita hierro: "Es puntual. Sólo ha pasado esta tarde [por ayer por la tarde]". Pero en La Paz hay caos. Y es tan habitual que los profesionales lo manejan con soltura y organización. Los pasillos, divididos por puertas, albergan habitaciones improvisadas de hasta siete pacientes. De esas puertas cuelgan folios a los que les adhieren las pegatinas con los datos de los enfermos. Así saben quién es quién en cada pasillo. El que tiene suerte tiene cama. El que no, una camilla o un sillón. Como María Luisa, de 81 años, que lleva cinco días sentada, "de aquí para allí". Por suerte para la enfermera que le atiende, tiene buen humor. "Estoy esperando a que me operen", cuenta.
Si la situación en los pasillos da miedo, algo parecido ocurre en las salas. Hay tanta gente que los boxes no están divididos. Las camas se tocan unas con otras. Y hay doble fila, de manera que para mover una cama situada junto a una pared hay que mover antes a otro paciente que lo obstaculiza. "Perdón, por favor, dejen pasar", pide una enfermera que traslada una cama hacia el pasillo. Los profesionales sanitarios no dan abasto. "Es muy habitual", aseguran dos enfermeras.
"Han bajado las temperaturas", justifica la portavoz. Según ella, en los pasillos había "8 o 10 personas como mucho". Y no 50, como comprobó EL PAÍS.
"Lo de hoy no es puntual. Las urgencias siempre están igual", asegura Sofía Tur, secretaria general de UGT en La Paz. "La Comunidad de Madrid está intentando cargarse la sanidad pública", opina. Y añade: "Mientras presumen de habitaciones individuales en los nuevos hospitales [en referencia a los seis prometidos para la pasada legisla-tura] tienen decenas de camas en los pasillos de éste".El caos en urgencias tiene cara. Javier Jiménez, un empresario de 36 años, se desesperaba ayer por la tarde en un pasillo. "Llevo aquí dos días, después de haber pasado uno entero en el hospital de la Princesa", contaba por la tarde. Javier se revolvía en su cama, sin coger postura: "Tengo una infección en el colon". Una vía metía antibiótico por su mano. "Dentro de una semana valorarán si me ha hecho efecto. Si no, tendrán que operarme", explicaba. Ante la perspectiva de tener que dormir otros siete días en el pasillo, Javier se ponía malo. "Espero que no. Estoy desesperado. Como esto siga así, me arranco la sonda y me largo a casa", decía con desasosiego. A través del móvil, su mujer le tranquilizaba. Un par de horas más tarde, Javier suspiraba aliviado: "Me han subido a planta". Habían pasado 72 horas desde que empezó a ser paciente. Y nunca mejor dicho.
"Esto me pasa porque soy un desastre. Mi mujer está apuntada en una privada. Pero yo no lo hice por falta de tiempo. Ahora me arrepiento", decía Javier, muy descontento con la situación de la sanidad pública. Y empezó a relatar sus sinsabores. "En la Princesa me dijeron que no había camas. Como pertenezco a La Paz, me dijeron que me viniera... en mi coche porque la ambulancia iba a tardar demasiado", recuerda. Una vez en La Paz, "con 40 de fiebre", el celador de la entrada pretendía que hiciese cola. "Me negué, me puse cabezón y ya entré. Me metieron en un pasillo". Era el peor pasillo: "Era estrecho y había mucho ruido. Estaba delante de un pequeño quirófano". La intimidad era imposible: "Me enteré de todo lo que había a mi alrededor. Detrás tenía a una yonqui enferma de sida. Más atrás una embarazada con vómitos constantes. Por delante había una chica joven, creo que con anorexia, que tenía mal el estómago. Y un poco más allá, una abuelita, muy grave, que creo que se ha muerto". De dormir, por supuesto, nada de nada. "No apagan las luces", miraba agotado. Aunque Javier, que todavía en ese momento no sabía que sería trasladado a planta en un par de horas, daba las gracias por pasar después a un pasillo mejor, donde atendió a este periódico. Se trataba de un lugar mucho menos transitado y ruidoso, pero igual de saturado.
"Esta situación es para vivirla. Es increíble", decía alucinado en su primera visita como paciente a un hospital. La higiene era complicada: "No te puedes ni duchar. Por las mañanas nos han dado una esponja para lavarnos un poco". A pesar de esto, Javier resaltaba la profesionalidad del personal sanitario de La Paz. "Las enfermeras se han portado muy bien. Con el exceso de trabajo que tienen hacen todo lo que pueden. El problema es que faltan medios".
La portavoz del hospital insiste: "Este repunte se debe al frío. Un 70% de los pacientes en urgencias son personas mayores con diversas patologías que se agravan por culpa del cambio de temperaturas". Un 70% de ancianos codo con codo bajo la luz machacante de un pasillo.
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