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La carrera hacia la Casa Blanca
Columna
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A la busca de 'vicepresidente'

El supermartes del 5 de febrero y, sobre todo, los caucuses posteriores, aunque han hecho cundir algún nerviosismo en el campo de Hillary Clinton, no han desmentido el empate con Barack Obama en la carrera por la candidatura demócrata a las presidenciales norteamericanas, con lo que nadie puede apostar hoy porque se llegue a la convención demócrata en agosto con un ganador claro de los 4.049 delegados en liza. En esa situación de posible empate técnico entre los dos aspirantes, serían los 796 grandes electores -congresistas, senadores, cargos del partido- quienes tuvieran que decir la última palabra, y el sentimiento hoy predominante es el de que entonces quien más directamente representa al partido, la senadora por Nueva York, por la que se han decantado ya algo más de 300, tendría una cabeza de ventaja. Pero hasta ahora, incluso en una competición paralela por el apoyo de las notabilidades históricas del partido el ex aequo ha sido impresionante.

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Ambos han hecho tablas, por ejemplo, en el reparto de los despojos de la dinastía Kennedy. Primero fue el patriarca superviviente, Ted, quien a fin de enero se declaraba a favor de Obama, al tiempo que lo comparaba al presidente asesinado, JFK; pero acto seguido, Kathleen Townsend (apellido de casada), Robert Jr. Kennedy y Ferry Kennedy, los tres hijos de Bobby Kennedy, también víctima del terror político, y hermano de Ted y John, aseguraban que Hillary Clinton era como su padre, que "había dedicado toda su vida a luchar por los más desfavorecidos en la escala social". Un poco al revés de lo que se supone que es la campaña, el viejo Kennedy se volcaba en apoyo del aún joven Obama, mientras que la relativa juventud de la familia prefería a la veterana figura del partido. Semejante igualdad, por tanto, puede darle que pensar a alguien que sería una pena que tanto fervor popular se desperdiciara de manera que las primarias sólo sirvieran para consagrar a un único elegido; y se da la circunstancia de que el candidato a la presidencia tiene que elegir a un compañero de equipo que opte a la vicepresidencia.

El analista de la CNN Wolf Blitzer quizá haya sido el primero en caer en la cuenta de que la pareja podía convertirse en el dream team de la política norteamericana, cuando, al notar el pasado 30 de enero en el último debate en que el que se habían enfrentado que ambos se despojaban de la acritud de sesiones anteriores, le preguntó a Obama si consideraría la posibilidad de formar equipo con su rival, bien fuera como primer o segundo tenor. El senador por Illinois contestó que la cuestión era "prematura", que es la forma más científica de no decir que no a algo que interesa pero que aún no se sabe si madurará; y la señora Clinton, ante idéntica interrogación, ratificaba hasta la última palabra del senador.

La reunión de dos minorías en un solo equipo es verdad que en apariencia iría contra corriente, porque la sabiduría convencional aconseja buscar un compañero que atraiga votos de otro sector muy diferente de la opinión, pero el camino a la Casa Blanca también puede estar abierto, como en los mejores tiempos del New Deal, a la adición de sumandos electorales sin distinción de procedencia social o geográfica. Y, más allá de feminismo y raza que Clinton y Obama encarnan, respectivamente con la máxima autoridad, la pareja podría contar con el voto latino, mayoritario hasta ahora para Hillary; el voto de los trabajadores blancos también susceptible de ser atraído por la senadora, pero que estaría mucho menos claro para un Obama en solitario; y el sufragio judío y de los liberales blancos, en general, donde es probable que se superpusieran los perfiles de ambos aspirantes. Y a la unión de ambos le vendría como anillo al dedo el seguro respaldo de John Edwards, temprana víctima de las primarias, que ya fue candidato a la vicepresidencia con John Kerry hace tres años, y cuyos votantes no serían tan originales como los de los dos titulares. El argumento contrario es el de que gran parte del electorado les es ya común a Clinton y Obama, y, sobre todo, que la alianza de un negro y una feminista en la Casa Blanca podría dar lugar a una combustión político-nuclear que asustara a media América, sumiéndola en la incapacidad de dar un paso tan innovador.

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