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Columna
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Voto y vulnerabilidad

Josep Ramoneda

Desde luego, gane o pierda las elecciones, lo primero que tendrá que hacer el PSOE es revisar su política de comunicación. Durante toda la legislatura su incapacidad para explicarse ha permitido que el PP, que la inició completamente groggy, haya llegado incluso, en algunos momentos, a tener la iniciativa en el debate político. Hemos entrado en la recta final de una larguísima campaña electoral y todo sigue igual. Último ejemplo: la inmigración. Todos recordamos la campaña electoral del año 2000, la que dio la mayoría absoluta al PP. Sin ningún miramiento, José María Aznar y su gente se cebaron en la inmigración, con la esperanza de despertar las bajas pasiones de la ciudadanía y traducirlas en votos. Y no les fue mal. En los últimos cuatro años, enfrascados en el discurso de que España se estaba rompiendo y en denodados esfuerzos callejeros para salvar, de la mano de la Iglesia, la moral y las costumbres de los españoles, los dirigentes del PP parecían haber olvidado la cuestión de la inmigración. Fue una distracción, no un acto de responsabilidad. Cuando la campaña ha empezado a tensarse, inmediatamente han sacado el Manual de tópicos para obtener réditos de la inmigración sin reparar en gastos. Y han pillado al PSOE a contrapié.

Antes de votar, tenemos el derecho de saber qué harán los gobernantes en los asuntos más sensibles

Siendo tan previsible que el PP metería a la inmigración en campaña, resulta incomprensible que el PSOE no se haya anticipado y que, a juzgar por las respuestas que ha dado, ni siquiera tuviera pensado lo que había que decir. Hay en este país una tendencia, a mi entender equivocada, a creer que determinados cuestiones, por su carácter delicado, no tienen que ser objeto de campaña. Y, sin embargo, los ciudadanos antes de votar tenemos todo el derecho de saber qué harán los gobernantes incluso en los asuntos más sensibles. Evitando hablar de inmigración, el PSOE no sólo regala la iniciativa al PP, sino que permite que éste utilice el falaz argumento de que es el único que tiene el coraje de romper la corrección política. No, decir que es costumbre de los españoles no robar, dando a entender que los inmigrantes roban, o que la avalancha de inmigrantes colapsa las urgencias hospitalarias, sugiriendo que restan derechos a los españoles, no es romper la corrección política es tratar de provocar una reacción -estimular los frames, dicen los que juran por el recetario de Lakoff- contra la inmigración en determinados sectores de votantes, los más vulnerables que pueden sentirse afectados por los cambios que la inmigración genera. Si el PSOE se hubiese anticipado, el PP lo habría tenido más difícil para lanzarse a la caza del voto a costa de los inmigrantes.

La cuestión de la inmigración es la cuestión de la vulnerabilidad de los inmigrantes y de los sectores sociales que viven la presencia de inmigrantes como causa de su precariedad o que se encuentran en situaciones a veces concurrentes con los inmigrantes por el puesto de trabajo o por determinados servicios. Con lo cual la cuestión de la inmigración es fundamentalmente un problema social y como tal hay que tratarlo. Lo que, a mi juicio, resulta inadmisible del argumentario del PP es la especulación con la vulnerabilidad. Ataca a unas personas vulnerables -los inmigrantes- que no tienen capacidad de respuesta, por su posición y porque no tienen derecho a voto, para despertar el rechazo de otras gentes también vulnerables, pero que tienen la posibilidad de ir a votar. Es un ejercicio realmente miserable. Pero desgraciadamente la sociedad ya ha asumido que para ganar votos todo vale.

Globalmente, la incorporación de la inmigración a la sociedad española se ha hecho de modo bastante razonable. Nos hemos beneficiado, sin duda, de una coyuntura económica que aseguraba el empleo de casi todos los que llegaban. Hay que ser ciego para no ver que si la situación económica se complica, y se está complicando, pueden surgir problemas que hasta ahora no hemos tenido. Si sigue creciendo el paro, por ejemplo, aumentará la conflictividad. De esto se tendría que haber hablado en la campaña. Explicando en qué se utilizará el mítico superávit y cómo se afrontará el reajuste previsible. Cuando las cosas van mal, a los propios gobernantes les resulta muy fácil echar las culpas a la inmigración.

El PP naturalmente quiere hacer de la cuestión de la inmigración un problema de carácter cultural y étnico. Me fascinan estos críticos del multiculturalismo que niegan con razón que presuntos derechos culturales, basados en las costumbres de origen, se puedan situar por encima de las leyes y, en cambio, pretenden imponer a los que vienen los valores y las costumbres culturales de los autóctonos. A esto se le llama antimulticulturalismo asimétrico o, si se prefiere, ventajismo del más fuerte: estoy en contra de reconocer todos los derechos culturales, excepto los míos. Las obligaciones las marcan las leyes de un Estado democrático (jugamos con legítima ventaja porque las leyes están definidas por nosotros, es decir, en nuestra clave cultural y política) y son de obligado cumplimiento para todos: nacionales y extranjeros. No hay ninguna razón para cargar a los extranjeros con un plus de exigencia que no nos reconocemos nosotros mismos. Y, a su vez, obligaciones quiere decir derechos y reconocimiento. Poco les podemos obligar si les negamos, en muchos casos, incluso el hecho de que existan: son ilegales.

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El mundo se ha hecho pequeño súbitamente y estamos más cerca unos de los otros, de modo que es lógico que los roces existan. Se tardarán algunas generaciones en asumir una cultura cosmopolita más acorde con la realidad de un mundo que será más difícil de fragmentar, a pesar de que alguna locura multiculturalista de los últimos tiempos -la ex Yugoeslavia, por ejemplo- pueda hacer parecer lo contrario. Decía Frantz Fanon en pleno debate del colonialismo: "Abandonemos esta Europa que nunca deja de hablar del hombre pero lo masacra donde lo encuentra". Los términos han cambiado. Europa ha limitado sus aventuras exteriores. Y quiere construirse sobre la idea de la hospitalidad. En una especie de revancha de la historia, ciudadanos de aquellos países coloniales viven hoy en el corazón de las metrópolis. Para demostrar que las cosas son realmente distintas hay un camino: derecho a voto para los inmigrantes.

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