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Reportaje:EL OFICIO DE LA MAR

Perdidos entre las olas

Decenas de pescadores mueren al año. La temeridad se ha convertido en costumbre

El frío, los golpes, el gusto a sal y muerte en la boca. Un náufrago no olvida lo que es perderse entre las olas. José Crespo no consigue hacerlo. Sobrevivió al hundimiento del Nuevo Pepita Aurora en un día de levante del pasado mes de septiembre. Su tercer naufragio en 30 años de profesión. Con él quedaron a la deriva tres compañeros que faenaban en el estrecho de Gibraltar. Ahora ninguno de ellos quiere acercarse al muelle de Barbate. "Veo el agua y me tiemblan las piernas. Cierro los ojos y pasan sobre mí los ahogados", cuenta José. En sus pesadillas siguen apareciendo los tres compañeros que se llevó el Atlántico, el mismo océano que el 15 de enero engulló a cinco tripulantes del Cordero frente a la costa de Ferrol. Entre los restos del barco, tres hombres volvieron a salir a flote; tres náufragos más. En el lado de los muertos son ya nueve, todos gallegos, en lo que va de 2008.

En la era de los GPS y las radiobalizas siguen muriendo pescadores: 96 desde 2003, según Trabajo "
Te la juegas saliendo con mal tiempo, pero no nos pagan por quedarnos en puerto", explica un marinero

En la era de las radiobalizas y los GPS siguen muriendo marineros: 96 desde 2003, según el Ministerio de Trabajo. Una estadística inaceptable para un país que desde hace años viene endureciendo los controles técnicos y las inspecciones para comprobar que la tripulación cuente con el equipo de salvamento y sepa usarlo.

Los patronos de los pesqueros que colaboraron en el rescate del Cordero culpan del desastre a la tardanza de las patrullas de rescate. En los muelles, los marineros opinan que estos dramas se fraguan antes. Muchos se quejan de que algunos días las olas y el patrón dictan órdenes enfrentadas: "Ves que te la juegas saliendo, pero no nos pagan por quedarnos en puerto". Ramiro Otero, de Comisiones Obreras de Galicia, apoya esta tesis: "Los caladeros se agotan y la presión que ejercen los empresarios para salir a faenar es excesiva". La osadía la explican el alto precio que en momentos clave alcanza el pescado y un sistema de pago arcaico; la ley estipula que a cada marinero le corresponde un fijo, pero las reglas de tierra no valen en el mar. "Desde siempre vamos a partes, y si no salimos, no comemos", relata Jesús Ourtes, un pescador de Ferrol. Los sindicatos y muchas cofradías de pescadores se unieron después del hundimiento del Cordero en un día de tempestad para exigir que la Administración se reserve el derecho a impedir que los pesqueros zarpen con mal tiempo. El armador del Cordero se excusaba después del accidente argumentando que ese día faenaba casi toda la flota. "Y ése es el problema", explica Ramiro Otero, " que la temeridad se ha convertido en costumbre".

La Administración sufre para domeñar el mar. Además del departamento de Pesca, otros dos ministerios regulan el sector: Fomento, como responsable de puertos y navegación, y Trabajo, que por medio del Instituto Social de la Marina (ISM) se ocupa de la seguridad y las condiciones de empleo. Además, cada autonomía puede imponer restricciones a la pesca de bajura. José María Pérez Toribio, subdirector del ISM, considera que el problema no está en las leyes, sino en que en la inmensidad del mar no resulta sencillo vigilar si se cumplen. Las trampas comienzan en las pruebas de estabilidad, vigiladas con lupa desde que se descubrió que naves como el O Bahía en 2004, el Siempre Casina en 2005, y probablemente el Nuevo Pepita Aurora, se fueron a pique por su incapacidad para enderezarse ante un golpe de mar. Después del examen, obligatorio para obtener el certificado de navegabilidad, el buque puede sufrir todo tipo de modificaciones, tal como reconocen pescadores y técnicos de Fomento: redes ilegales, un aumento del tamaño del tanque de gasóleo..., hasta terminar convertido en un Frankenstein listo para derrumbarse ante olas que tendrían que haberle baldado la cubierta.

Los certificados de seguridad que los marineros necesitan para el enrole no son más fiables. "Si le exigiéramos a cada hombre saber nadar tendríamos que jubilar a media flota", explica un técnico de seguridad laboral de la Junta de Andalucía. Con que sean capaces de flotar en una piscina con un salvavidas es suficiente, "y ni eso cuando las pruebas son por unidades móviles", completa la misma fuente. Los marineros se quejan de que no practican en el barco los simulacros de salvamento porque a los armadores no les compensa detener la pesca. Javier Garat, secretario general de Cepesca, la patronal del sector, niega esta acusación y todas las demás: "En general, el armador no racanea un euro en seguridad". Pero habla en general; para localizar las excepciones, Trabajo estableció en 2007 un sistema de inspecciones a bordo. Sus técnicos visitaron 440 pesqueros. Aún no se sabe qué encontraron.

Regular el sector no es fácil, y desregularlo, menos. Hasta 1998, los patrones presentaban al capitán del puerto la lista de tripulantes antes de cada viaje. Para agilizar los desamarres, Fomento autorizó los autochequeos, que convirtieron el trámite en trimestral. En los puertos, todos los marineros saben que algunos barcos aprovechan la medida para salir sin las tripulaciones mínimas o máximas. Comisiones Obreras apunta que la investigación del Cordero tendrá que aclarar por qué, de los 10 hombres inscritos, zarparon ocho, y sólo uno era un patrón, sin nadie que pudiera relevarle en las guardias.

Los pescadores tampoco son famosos por su prudencia. José Crespo no sabe nadar, y el día que volcó el Nuevo Pepita iba sin salvavidas. Sólo dos compañeros lo llevaban: uno de los fallecidos, que quedó encerrado en un camarote, y el hermano pequeño de José, el bromista Gabriel. "El payaso se lo puso nada más que para darnos miedo", recuerda Pedro, otro náufrago. Los técnicos de seguridad laboral conocen mil historias idénticas. Bufan pensando en la cantidad de hombres que por no llevar chaleco se hundieron como piedras. "Al final, todo esto, si los marineros no se lo creen, no sirve para nada", resume Pérez Toribio.

José, pese a reconocer que no siempre ha sido prudente, no admite que culpabilicen al trabajador. "Los caladeros se agotan y nosotros tenemos que apretar más". Los pescadores repiten una idea como un mantra: "Reconversión". Programas para redirigir mano de obra excedentaria a actividades más seguras. "¿Mi hijo pescador?", Pedro sacude la cabeza: nadie quiere un aprendiz de ahogado en casa. Los camaradas del Nuevo Pepita Aurora han tenido ya su ración de agua salada. La Junta de Andalucía les ha prometido recolocarlos en una fábrica de preparación de pescado. Ahora empiezan los cursos de formación. No quieren seguir siendo gente de mar, pero, mientras se alejan por el muelle, se tambalean con el paso vacilante de los marineros en tierra.

Los supervivientes del <i>Nuevo Pepita, </i>de Barbate, no quieren volver al mar. De izquierda a derecha, José Crespo, Tomás Pacheco (que el día del naufragio no navegó), Gabriel Crespo, Bienvenido Notario y Pedro Romero.
Los supervivientes del Nuevo Pepita, de Barbate, no quieren volver al mar. De izquierda a derecha, José Crespo, Tomás Pacheco (que el día del naufragio no navegó), Gabriel Crespo, Bienvenido Notario y Pedro Romero.PÉREZ CABO

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