"El asesino luterano es más impredecible"
"Cada pequeño momento de felicidad tendrás que devolverlo con dolor". Empezamos bien. Esto es lo que le decía a menudo su madre. Y encima, ni me come ni me bebe: "Quiero estar despejada para esta tarde; además, es vulgar beber en mi país durante el día, sólo lo hacemos en la cena, a las cinco". Diagnóstico: culpa de Lutero y de la falta de sol... Si no fuera porque Anne Holt (Larvik, 1958) es la autora de novela negra, junto a Henning Mankell, de más éxito en Escandinavia y parte de Europa (cuatro millones de ejemplares, 16 idiomas) y porque fue periodista, trabajó con la policía de Oslo y ministra de Justicia entre 1996 y 1997, esta contraportada estaba dinamitada antes de tocar una aceituna. Era de prever sólo al ver la fuerza con la que empuja la puerta de Casa Leopoldo. La sienta uno bajo la fotografía de Manuel Vázquez Montalbán, asiduo como su detective Pepe Carvalho a este restaurante del Raval. No se fija. Se le hace notar y lanza entonces el equivalente latino de un "Ah, sí" algo distraído con una sonrisa de nanosegundo: "Tendremos que acabar a las tres".
La autora noruega y ex ministra no cree en la felicidad gratis. Lutero está presente
Para calibrar la singularidad de la situación: pocas novelas negras arrancan con una cita de Walter Benjamin como Crepúsculo en Oslo (Roca Editorial), segunda entrega de la serie del particular matrimonio entre el superintendente Yngvar Stubo y la ex profiler del FBI Inger Johannne Vik, aquí ante un caso de un serial-killer mientras dan el biberón a su hija. La muerte es la única novedad radical hoy, venía a decir el filósofo, ya en 1938. Imaginen ahora. "Sorprende lo inmunes que estamos ante el sufrimiento humano; sólo faltó el 11-S: cada vez hay menos respeto por la vida". Por eso el aburrimiento existencial mueve a su asesino, de rituales macabros, algo que no prolifera en su país. "Se imponen los métodos de las mafias de la ex URSS y Yugoslavia, que han pillado fuera de juego a la policía noruega", gesticula secamente con sus gruesas manos. La mesa, parca, es además Babel: ella habla en noruego; la editora-traductora se le dirige en sueco y uno se entromete con frugal inglés. Durante la traslación, miradas furtivas (¿tres, cuatro veces?) a su móvil: sorprendente en quien, erguida como un palo, pide permiso hasta para coger una rebanada de pa amb tomàquet. "No, no hay diferencias entre el crimen del norte y del sur europeo, pero al ser más introvertidos y llevar los sentimientos más ocultos por nuestra cultura, los asesinos luteranos son más impredecibles". Como dice su Inger, la clave de toda persona está en "hallar la mentira de su vida, su secreto; jamás decimos toda la verdad", afirma quien pone Internet por encima de la tele como bestia negra. "Nunca ante un medio habíamos sido tan frágiles: cualquiera puede escribir sobre ti, colgar una foto y destrozarte. Viendo lo que se ha dicho de mí, yo ya ni lo miro", dice esta mujer, casada con otra y con una niña. Mirada al reloj: 15.03. Debe irse. Pero, ¿y su experiencia como ministra? "Nada importante". ¿Falsa modestia luterana? "No te creas más de lo que eres', decía mi madre, pero sí aprendí que el poder no está en la política, sino en la economía". Y adiós. "¿Le ocurre algo?". La editora desvela: "Su padre sufrió un infarto el miércoles, al llegar ella a Barcelona". ¿Y no ha suspendido su estancia? "Se ha negado en redondo". De nuevo, Lutero.
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