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Columna
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Miércoles de ceniza

Efímero es siempre el reinado de Don Carnal, emplazado por la dictadura inexorable de Doña Cuaresma; el Miércoles de Ceniza marca la frente de los cristianos para recordarles que del polvo venimos y al polvo vamos, por si se les hubiera olvidado en estos días de presunto desenfreno y carnalidad exuberante. Los carnavales de Madrid, que en los últimos años ya no eran lo que fueron, han sido aún menos en este cuaresmal 2008. La Iglesia católica, que siempre miró con malos ojos estos festejos paganos, pero tuvo que convivir durante siglos con ellos, rompió la tregua de las carnestolendas este año con su artillería pesada, recordando a sus pecadores el correcto camino hacia las urnas y demonizando, la excomunión ya no funciona como antes, a Zapatero y su Gobierno de laicos furibundos. Nunca hasta ahora había oído utilizar la palabra laico como un insulto, pero así suena hoy en las desaforadas prédicas episcopales, que hace tiempo que cambiaron las jaculatorias por denuestos y transformaron en diatribas las homilías.

Nunca había oído utilizar la palabra laico como un insulto, pero así suena en las prédicas episcopales

En los primeros años de Tierno Galván, los recuperados carnavales madrileños se distinguían por sus elementos críticos y burlescos, por la sátira, más o menos feroz, hacia las instituciones y las jerarquías en la más pura tradición del espíritu carnavalesco. Abundaban entonces las comparsas disfrazadas con hábitos eclesiales, monjas, curas, y sobre todo obispos, disfraz de más lucimiento y empaque. Aunque la costumbre, más que secular, no se haya perdido del todo, el disfraz clerical ya no resulta tan gracioso, y desde luego no es nada original desde que los clérigos auténticos, con sus obispos y arzobispos al frente, tomaron las calles, además de los púlpitos que ya eran suyos, y los micrófonos que se apropiaron durante la dictadura aprovechando sus excelentísimas y privilegiadas relaciones con el Régimen.

Acompañada por una cofradía de cadavéricos monjes flagelantes, Doña Cuaresma, una estantigua de cinco metros de alto, acabó, espada en mano, con el pecador Don Carnal en la plaza Mayor de Madrid. Caía sobre la ciudad una lluvia mezquina, y el grupo Morboria escenificaba con ingenio el viejo combate que el pícaro Arcipreste de Hita narrase en versos rotundos e imperecederos. Era el último acto y el más carnavalesco de estas fiestas devaluadas y vergonzantes. El alcalde no tiene el cuerpo para carnavales, aunque la pareja maldita, Esperanza y Alberto, hubiera dado mucho juego, quizá lo haya hecho en los bailes de máscaras de este año. Financiar con dinero público a los que les critican en sus farsas debe doler, y unos carnavales subvencionados y dirigidos perderían su carácter popular y transgresor, pero hay matices, al fin y al cabo, los dineros públicos salen del pueblo que los aporta con sus impuestos, entre otras cosas para que le diviertan en fechas señaladas como éstas, de forma especial en los lugares donde el carnaval es tradición y fiesta mayor. No es éste el caso de Madrid, que perdió las malas costumbres durante la Supercuaresma, 40 años por 40 días, en los que España vivió pastoreada por el nacionalcatolicismo, años en los que los únicos autorizados a disfrazarse para salir a la calle eran los curas y los militares acreditados.

En los carnavales de este año, Don Carnal fue degradado y obligado a compartir su reinado con Carlos IV y su real familia. Su majestad bailoteaba y brincaba descomponiendo la goyesca estampa que adquiría perfiles entre terroríficos y patéticos: "... el conjunto le daba un aire inquietante al abuelo de la familia Monster", escribía Abel Grau en estas páginas. La inclusión de este cuadro viviente y danzante en el desfile de carnaval no fue, desde luego, una iniciativa popular, sino una muestra más del dirigismo cultural y municipal que este año se concentra en el bicentenario del Dos de Mayo de 1808, histórico y sangriento carnaval, gesta patriótica y popular que sin duda veremos ampliamente representada cuando llegue la efemérides.

El acento transgresor del desfile lo pusieron los vecinos de La Elipa con su comparsa circense sobre las promesas electorales. Se echaban en falta las críticas puntuales y castizas, pero es que resulta difícil disfrazarse, por ejemplo, de implicado en la Operación Guateque, porque los implicados en tal contubernio van por la vida de personas normales como usted y como yo. Más fácil era el disfraz de médico exiliado del Severo Ochoa persiguiendo a un Lamela con los esquíes al hombro y el ademán impasible de los empecinados en el sostenella y no enmendalla.

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