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Las tres obsesiones del inquisidor moderno

El Concilio Vaticano II suprimió con estruendo la Congregación de la Romana y Universal Inquisición, fundada en 1542. No fue una decisión fácil, pese a impulsarla Juan XXIII y Pablo VI, almas de aquel concilio. Los dos habían sido investigados, cuando eran jóvenes, por inquisidores poco caritativos. No podían imaginar que la siniestra institución iba a ser sustituida por otra más refinada, pero igualmente molesta para la ciencia teológica. La creó Juan Pablo II en 1988, con el nombre de Congregación para la Doctrina de la Fe y ramas en cada país. En España la ha presidido, entre otros, el cardenal arzobispo de Toledo, Antonio Cañizares.

Aventadas las brujerías y otras obsesiones (por ejemplo, si la Tierra se mueve, una ocurrencia que chamuscó a Giordano Bruno y a punto estuvo de llevar a la hoguera a Galileo), tres son hoy las cuestiones que acaparan la actividad del inquisidor moderno.

Primero, la cristología. Roma vigila sobre todo que se respete la idea de la concepción virginal de Jesús, sin intervención de varón en la madre María; la divinidad del fundador y que él mismo tenía conciencia de esa divinidad, o que resucitó y es salvador único y universal (la idea tan amada por el papa Ratzinger de que fuera de su iglesia no hay salvación).

El segundo conflicto es sobre la teología moral, es decir, el sexo y los asuntos conexos, como homosexualidad, píldora y todo lo que se entiende ahora por bioética.

Por último, se alza el conflicto eclesiológico. ¿Quiso Jesús fundar una iglesia? Los teólogos castigados discuten también el origen de la jerarquía y su imposición a la manera totalitaria del Imperio Romano (con el nombre de Pontifex Maximus: el Papa devenido emperador).

Los teólogos malditos

Los teólogos malditos por desviarse de la doctrina oficial en estas tres materias en las últimas décadas son multitud. Destacan en España, junto a Pagola, José María Castillo, Juan Antonio Estrada, Juan José Tamayo, Marciano Vidal y Juan Masiá; toda la teología americana de la liberación, con Leonardo Boff, Jon Sobrino y los hermanos Ernesto y Fernando Cardenal a la cabeza; los centroeuropeos Hans Küng, Jacques Dupuis y Edgard Schillebeeckx; los norteamericanos Charles Curran y Robert Haihgt; el ceilandés Tissa Balasuriya, y el jesuita indio Tony de Melo.

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