Me parece bien
A mí me parece bien que la Xunta de Galicia, a modo de política anticrisis, decida fortalecer su programa de inversiones en obra pública. En primer lugar, porque desde ahí se puede atender al menos a uno de los sectores que más problemas parece tener en esta circunstancia. En segundo lugar, porque ese sector también es un buen granero de puestos de trabajo. Así se atiende, pues, tanto al aparato productivo como al mercado laboral. Producción y empleo. Y por añadidura, dado el objeto de la mayor parte de esas inversiones, bien se sabe que interviniendo en infraestructuras y equipamientos, no sólo se atiende a la circunstancia, sino que también se siguen afirmando las bases de futuro del crecimiento económico. Dos pájaros de un tiro. Se atiende el momento sin perder la perspectiva. Buena cosa. Y buen criterio.
Xunta y Parlamento deberían controlar la ejecución de la inversión en obra pública
Parece que también concuerdan con esto que yo digo las organizaciones representativas del empresariado, las centrales sindicales y aunque sea de una en una, las personalidades más sobresalientes de nuestro mundillo social y económico. Luego, estamos todos. Y no hace falta distraerse en mandangas.
Lo que toca es garantizar, entre todos, pues, que el esfuerzo que anuncian las Administraciones públicas culmine en resultados plenos. Por lo que a ellas toca, Xunta y Parlamento de Galicia, tomando muy en serio los controles de ejecución de esas inversiones desde ahora mismo; ya se sabe que lo presupuestado queda en nada si no es ejecutado. El papel lo soporta todo, pero es en el cemento -perdónenme los puritanos- donde queda la marca de los pasos.
No estaría de más, pues, que los poderes ejecutivo y legislativo, con ánimo de colaboración, y, hombre, también de control, faltaría más, concertasen una forma específica -y hasta excepcional, si cuadra, por las actuales circunstancias-, de seguimiento y control de la ejecución presupuestaria sobre lo que toca al Gobierno de Galicia. Y sumando al trabajo a los parlamentarios estatales, diputados y senadores, por lo que se le pueda demandar al Gobierno de España. Hay tarea para todos.
¿Qué tal una comisión mixta, parecida a la que en su momento vigiló la ejecución de las obras de las primeras autovías, constituida sobre un acuerdo logrado entre la Xunta (el conselleiro José Cuiña) y el Gobierno central (el ministro Javier Sáenz de Cosculluela)?
El caso es que, sobre la base de esa concertación, se ponga de manifiesto el carácter no oportunista de ninguno de los bandos en liza. Que nadie eche leña a ese fuego, porque es irresponsable ayudar a propagar un incendio que se llevaría por delante, primero, el patrimonio y el bienestar de los menos favorecidos. Con las cosas de comer no se juega, y con las del pueblo llano menos. Ahí hay, pues, una ocasión de que todos muestren al personal su altura de miras y su responsabilidad patriótica, si es que hay que llegar a expresiones tan formales. Absténganse los de menor calado.
Ahora bien, dicho esto, ¿qué responsabilidad va a asumir en este esfuerzo la parte privada? No seré yo quien haya de señalarles aquí su propia hoja de ruta. Pero sí que les recordaré que una buena parte de la opinión cree que ya está bien de verles de lejos en la bonanza, protagonistas ellos y sólo espectadores nosotros, sin papel en la representación, y en cambio pandar con las consecuencias de sus errores -y ya me abstengo ahora de todo lo que no sean errores- en el momento de la crisis, cuando se acaban las longanizas. Vamos, que hay quien dice que lo justo sería que se apretasen ahora el cinturón los que más comieron, no todo el mundo terráqueo.
Algo de eso hay. Y sería buena cosa que el empresariado bueno dejase de mirar hacia otro lado cuando nadan entre ellos los tiburones especulativos. Que para ganar pasta pueden valer muchos, pero para hacer empresa no tantos. Y puestos a hacer empresa, de la propia y la nacional, se necesita discernir muy bien entre unos y otros. Por justicia. Y para que el personal de a pie, en momentos como éste, esté dispuesto a reconocer respetuosamente los méritos de los buenos empresarios. Por eso tienen que enseñarse, por ejemplo, adoptando alguna decisión corporativa de apoyo expreso al esfuerzo de las Administraciones públicas. ¿Qué mejor?
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